Homensaje al Lic. Roberto Reynoso Davila

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ROBERTO REYNOSO DÁVILA: UNA TRAYECTORIA EJEMPLAR

Dr. Héctor Rodríguez Espinoza

I.                  Origen

Nativo de Guadalajara, Jalisco, el 11 de enero de 1921, a los 10 años de edad perdió a su padre y se mudó con toda la familia a la Ciudad de México. Fue en esa ciudad en donde concluyó sus estudios de primaria, secundaria, preparatoria y la carrera de Derecho.

II.               Estudiante de la Facultad de Derecho de la UNAM

En la década de los cuarenta, tuvo la fortuna de escoger a sus maestros: entre otros, Luis Recasens Siches, en Sociología -quien había publicado Vida Humana, Sociedad y Derecho, pero no su obra de Sociología-, a pesar de que en otro grupo la impartía Antonio Caso, quien sí había publicado su Sociología, que ya había conocido en la preparatoria; Eduardo García Máynez, en Introducción al Estudio del Derecho, a quien guarda gratitud por ser quien, desde la Secretaría General de la Universidad, lo recomendó con Lucio Mendieta y Nuñez –su maestro de Derecho Agrario-, en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, para su primer trabajo como estudiante; Rafael Rojina Villegas, en uno de los cuatro cursos de Derecho Civil; Alfonso Noriega, en Garantías y Amparo; Gabriel García Rojas, en Derecho Administrativo y Raúl Carrancá y Trujillo, en Derecho Penal.

De su tesis profesional, La fuerza vinculante de la ley, guarda enmarcados, en la pared de su oficina, los votos de sus revisores Luis Recasens Siches, Rafael Preciado Hernández y Gabriel García Rojas que por vez primera, después de sesenta años, son divulgados fuera de esas cuatro paredes:

Sr. Secretario General de la Universidad Nacional Autónoma de México

El catedrático que suscribe nombrado miembro del jurado que ha de jugar el examen profesional para la obtención del título de Licenciado en Derecho del Sr. ROBERTO REYNOSO DÁVILA, manifiesta a Usted con toda consideración y respeto.

Que ha leído la tesis presentada por el Sr. Reynoso Dávila titulada “FUERZA VINCULATORIA DE LA LEY“, y considera que, independientemente de fundamentalísimas y diametrales discrepancias entre la doctrina en ella mantenidas y los puntos de vista científicos del que suscribe, constituye un trabajo revelador de inteligencia, excelente preparación y serias meditaciones sobre el tema que estudia.

Por lo cual emite su voto aprobatorio a favor de la mencionada tesis haciendo constar su felicitación para el Sr. Reynoso Dávila.

Todo lo cual pone atentamente en conocimiento de Usted para los efectos oportunos.

México D.F. a 21 de Julio de 1948

Dr. Luis Recásens Siches

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México D.F. Julio 21 de 1948

Sr. Lic. Roberto A. Esteva Ruiz

Director de la Escuela Nacional De Jurisprudencia

San Ildefonso y Argentina

C i u d a d.

Muy estimado Señor Director:

He leído detenidamente y con gran interés, la tesis “LA FUERZA VINCULATORIA DE LA LEY“, que para obtener el título de Licenciado en Derecho, presenta el alumno Roberto Reynoso Dávila, y doy mi voto aprobatorio para este magnífico trabajo, que yo considero una de las mejores tesis presentadas últimamente. El estudio está dividido en quince capítulos y con un desarrollo que revela la preparación jurídica de su autor, así como las preocupaciones e inquietudes propias de un auténtico estudiante de Derecho. Los problemas que se abordan en cada uno de esos capítulos, están planteados con HONRADEZ y profundidad, y las soluciones que propone el sustentante, son casi siempre certeras, expuestas con claridad, con un vigor que revela madurez sobre estos temas fundamentales del Derecho, y con un espíritu polémico y un estilo sobrio y brillante. En todos estos capítulos, los problemas se relacionan, así como las soluciones, dando unidad al estudio considerando lo cual pone de manifiesto en las veintiocho conclusiones con que corona su esfuerzo el señor Reynoso Dávila.

Por las consideraciones antes expuestas en el párrafo anterior, al dar mi voto aprobatorio a esta tesis, felicito calurosamente a su autor y propongo una mención especial para su brillante trabajo.

Sin otro particular de momento, me repito como su Afmo. Amigo y Atento Seguro Servidor.

LIC. RAFAEL PRECIADO HERNÁNDEZ

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C. SECRETARIO GENERAL DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA

P r e s e n t e.

Se me corrió traslado con la tesis “LA FUERZA VINCULATORIA DE LA LEY“, que ha presentado el Sr. Roberto Reynoso Dávila, para optar al examen final de la carrera de abogado.

No hay tema más profundo ni más comprensivo en el estudio del Derecho que el escogido por el Señor Reynoso Dávila. Enfrentarse a él y emprender la tarea de enfocarlo y resolverlo, constituyen una iniciativa de gran mérito. Desarrollar el trabajo como lo ha hecho el sustentante, es digno de alabanza, por eso doy mi voto aprobatorio y laudatorio.

El objeto de la tesis es uno de los temas eternos tratados por filósofos y juristas desde los tiempos más remotos y los más excelsos y distinguidos han dado la solución uniforme en el mismo sentido que le da el examinado. En Alemania, con motivo de la discusión de la Constitución de Weimar, se provocó una encuesta sobre el derecho de resistencia a las Leyes injustas y los pensadores que no eran hegelianos o kantianos puros, concluyeron como lo hace Reynoso Dávila. En Francia, por los años 1926 y 1927, se abrió una encuesta entre juristas y profesores de las principales Universidades y las respuestas entre las que se encuentran las de Duguit, Gény, Hauriou, Ripert, coinciden en sustancia con la opinión de Reynoso Dávila.

Dos observaciones sin embargo tengo que hacerle. En primer lugar siendo un Leitmotiv de la civilización occidental contraponer a la ley injusta la ley natural o sea el derecho natural, se requería mayor precisión sobre este concepto, pues por virtud de una ambigüedad y equívoco que se ha esparcido mucho por el mundo, se ha llegado a una confusión que provoca en quienes citan al derecho natural un complejo de inferioridad, de tal modo que o no se le menciona o se hace con vergüenza. Es que se ha confundido el derecho natural tradicional que resonó desde Heráclito, Sócrates, Platón, Aristóteles y los padres, con el “derecho natural” racionalista del Iluminismo que se ha prestado muy fácilmente a ser blanco de los acertados disparos de la crítica y del cual ya no quedan en la actualidad más que el eco del concepto kantiano racionalista apriorístico.

Como el derecho natural contrapuesto a la ley injusta, es uno de los pivotes de la tesis, por eso urgía mayor precisión.

En segundo lugar hay diversas clases de injusticias en la ley. Hay injusticias porque siendo defectuosa la técnica del legislador, aunque su intención no sea torcida, la aplicación es notoriamente injusta. Hay injusticias en una ley porque se presenta como el desarrollo o reglamentación de otra que se ha interpretado torticeramente y por lo tanto la ley reglamentaria como consecuencia es injusta. Hay otros miembros más de la clasificación que no es éste el lugar para exponer y desarrollar. Una ley descaradamente injusta es extraordinariamente rara, como es extraordinariamente rara la injusticia descarada en los actos humanos. La injusticia siempre se cobija con la apariencia de la virtud, por eso se ha dicho que la hipocresía es el último homenaje que se hace a los virtuosos.

Está bien que los filósofos y los moralistas piensen en leyes puestas como ejemplos extremos, la que manda mentir o la que manda matar a nuestro padre. Pero un jurista conocedor de las instituciones, tiene que hacer las debidas diferencias; porque cada una de esas injusticias merece su tratamiento aparte y distinto cada uno de los demás. Este punto de vista indudablemente que constituirá una novedad; no para contradecir el acierto de Reynoso Dávila, sino antes bien para confirmarlo, aunque no siempre la corrección de la injusticia será la resistencia ni la violencia.

El trabajo de Reynoso Dávila es interesantísimo; uno de los mejores estudios que se han presentado en los últimos años para sustentar examen profesional.

Protesto a Usted mi atenta consideración.

México D.F. a 24 de Julio de 1948.

Lic. Gabriel García Rojas.

III.           Examen profesional

Tomando en cuenta el tema de su tesis y la discrepancia de criterios entre el sustentante y su revisor y sinodal Gabriel García Rojas, por una parte, y el coincidente de su también revisor y sinodal Recasens Siches, por otra, de su examen profesional recuerda que entre el alumnado se corrió la voz de que habría un encuentro doctrinal interesante, lo que alimentó el morbo estudiantil que asistió al examen. Eso llegó a los oídos de Recasens Siches, quien habiendo intervenido primero en el orden, después de reiterar enfáticamente su posición filosófica-jurídica sobre el tema, le recriminó el citado rumor. Por su parte, García Rojas sostuvo su punto de vista y el incidente no pasó a mayores.

Al poco tiempo, en el examen profesional de su condiscípulo José Rivera Pérez Campos, como sinodal Recasens Siches hizo referencia expresa a la tesis de Reynoso Dávila, quien estando presente lo tomó como un halago, intención que le confirmó el propio Recasens.

IV.           Llegada a Hermosillo

Llegó en marzo de 1951, pero fue hasta 1954 que ingresó a la Universidad de Sonora.

“A mí me asfixiaba la Ciudad de México, no veía horizontes en la Ciudad de México. Cualquier cargo que se promovía antes que yo había quince, entonces veía yo un poquito sombrío el panorama”, comentó.

Al año siguiente un profesor lo recomendó para desempeñarse como juez penal en el estado de Sonora y “gracias a Dios he tenido más o menos buen desarrollo aquí a Sonora”, comentó.

Ya residiendo en Sonora, Reynoso Dávila, y al momento de su designación como Juez de Primera Instancia, Primero Penal y luego Civil, del Distrito Judicial de Cajeme, en 1951, contaba con temprana edad y ejercicio profesional. Con esta experiencia y recién casado, en 1953 fue cambiado a Hermosillo al Juzgado de Primera Instancia de Ramo Penal, en donde encontró rezago y lo entregó sin él.

En su libro En torno a una vida (autobiográfico), Ed, Porrúa 2007, nos relata:

“Mi ingreso al Poder Judicial del Estado de Sonora. Como al año siguiente me llamó por teléfono el maestro Rivera Pérez Campos y me preguntó si aceptaría un cargo de Juez en Hermosillo, Sonora. Súbitamente pensé, si el maestro no quiso que me fuera a Querétaro y ahora él mismo me ofrece Sonora, de inmediato manifesté mi aceptación. Me indicó que hablara con el señor Ignacio Soto, hijo del Gobernador de Sonora y representante del Estado en la Ciudad de México.

El Señor Ignacio Soto me dio una carta dirigida al Lic. Fausto Acosta Romo. Secretario General de Gobierno y a quien conocí en Petróleos Mexicanos, en donde laboraba como abogado de dicha empresa.

A los quince días ya estaba en Hermosillo, precisamente el día primero de marzo de mil novecientos cincuenta y uno.

Aspectos propios de mi carácter que pondrían considerarse, en parte cualidades y en parte defectos, los cuales en un momento dado podrían funcionarme bien o resultarse de consecuencias negativas, han sido, mi permanente optimismo, la plena confianza en mí mismo: si alguien ha podido algo, ¿por qué yo no?; jamás me he sentido inferior frente a nadie; suelo, a veces, tomar decisiones o adoptar actitudes gallardas, sin tener base para ello. Aun en casos en los cuales algo me ha fallado, me muestro airoso como si, para mí, hubo éxito o fue lo naturalmente esperado o aspirado por mí, aunque por dentro, íntimamente lo resienta.

Por otra parte, siempre muestro ante los demás un rostro sonriente, aunque, como dice el poeta; “la sonrisa es la envoltura de un dolor callado”. De cualquier manera, creo que no hay actividad que sea incompatible con la amenidad y el buen humor. Recuerdo al maestro Raúl Carrancá y Trujillo quien nos decía que aun las actividades científicas no están divorciadas del buen humor y él, por su parte, era muy ameno en sus clases. Asimismo, yo pienso que todos tenemos, algunas veces, penas o momentos de aflicción; pero dichas penas son muy nuestras y no tenemos ningún derecho o hacer partícipes a los demás, de las mismas, mostrándonos hoscos.

Cuando en Hermosillo llegué al Supremo Tribunal de Justicia, los Magistrados me indicaron que me nombrarían Juez en Ciudad Obregón y que, tal vez, posteriormente me nombrarían para Hermosillo. A lo anterior les indiqué que se me había ofrecido la Plaza en Hermosillo y no aceptaría que me cambiaran el ofrecimiento.

Me fui a quejar con el Lic. Acosta Romo y después de mucha resistencia, el argumento inobjetable que me planteó fue, “tú no conoces ni Hermosillo, ni Ciudad Obregón, acepta Ciudad Obregón y si después no te gusta, te regresas a México, o tal vez, para entonces te nombramos en Hermosillo”.

Total, decidí irme a Ciudad Obregón, que también se llama Cajeme, nombre indio, y según Víctor Manuel Puebla Castro, era la tierra de los indios yaquis.

Por falta de conocimiento elegí irme en ferrocarril, el cual saldría a las veinte horas. Se dijo que a esas horas estaba el ferrocarril en Caborca y no tardaría; así se fue pasando el tiempo hasta las seis de la mañana en que oí que otros habían decidido irse en camión, habiéndome gustado la idea, con trabajos se consiguió se nos devolviera el importe del pasaje de ferrocarril que habíamos cubierto.

Experiencia novedosa para mí, fue al llegar a la altura del río Yaqui en que nos bajaron del camión y al pisar tierra se me hundieron los zapatos y oí que alguien dijo “que bonito talco”. Pero lo más impresionante fue que parados en una pangas pasamos el caudaloso río; así pasaron al camión y, para mí el ambiente era totalmente silvestre.

Total, llegué a Ciudad Obregón, por mal consejo mi instalé en un hotel del centro, pero todo el mobiliario estaba cubierto de polvo, no había pavimento en las calles y de los campos se levantaban tolvaneras en la ciudad.

Llegué al Juzgado de Primera Instancia Penal, el titular era mi ahora buen amigo Lic. José Antonio García Ocampo; me orientó mucho sobre la gente, especialmente con los periodistas, así como del manejo del juzgado.

Posteriormente me instalé en una casa particular como huésped. Con el tiempo fui formando amistades y cambié la primera impresión que tenía de Ciudad Obregón. Era y es un emporio agrícola y su gente, en su mayor parte, proveniente del interior de la república no era, ni es regionalista, como normalmente ocurre en otras poblaciones en las que utilizan el término “huacho”, demostrando su tremenda xenofobia (odio de los locales hacia los foráneos”.

Después me nombraron juez de primera instancia civil en la misma ciudad. Las amistades que formaba, generalmente, abogados, peritos, periodistas, etcétera, o sea, con quienes en alguna forma me desenvolvía en mis actividades profesionales.

Dentro de las facultades que como juez de primera instancia civil tenía era nombrar a los jueces locales y menores, con aprobación del Supremo Tribunal. En una ocasión el Presidente del Tribunal me llamó por teléfono para indicarme que llamara al juez local de Vícam, Sonora, para pedirle la renuncia o promoverle juicio de remoción, por quejas del comandante militar de dicha zona.

Llamé al juez local, me pareció una persona seria y decente, le hice saber lo del telefonema y le manifesté que yo no atendería simples telefonemas; que se comporte correctamente en sus funciones y no tendrían problemas. Casualmente como a los dos meses procedía hacer nuevos nombramientos de jueces locales y lo ratifiqué en el cargo y fue aprobado por el Supremo Tribunal.

En una ocasión, en un negocio civil, un abogado, tal vez, percibía que mi opinión en dicho negocio no le era favorable y me hizo una proposición que me pareció insultante; me pedía, sufragando la llamada telefónica, que consultara el caso con los Magistrados del Supremo Tribunal.

Yo siempre he pensado que en la muy noble función jurisdiccional, los jueces no tienen superior jerárquico. En la aplicación de la ley a los casos particulares que se les encomienda resolver, llevan a cabo una labor de interpretación de la misma, proyectando en ella un profundo sentido de Justicia. En esta labor está vedada cualquier interferencia de pasiones, amistades, intereses e incluso, la de otros poderes del Estado y aun de los mismos Tribunales Superiores.

De ahí que el eminente procesalista Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, repugna que la jurisprudencia de los Tribunales Superiores adquiera carácter de obligatoriedad general, ya que esto implica limitar el criterio hermenéutico de los jueves al aplicas las leyes, pues los obliga a ceñirse a los criterios de interpretación de la ley que hacen los referidos Tribunales Superiores. Afirma que: “el riesgo de sustitución de la voluntad legislativa por la jurisprudencial” aumenta con el sistema de la Ley de Amparo que establece la obligatoriedad de la jurisprudencia de los Tribunales Federales, lo que constituye, “una bomba arrojada sobre la independencia funcional de los jueces. Por otra parte, cuando la jurisprudencia de la Corte Suprema sea contraria a la ley- y fácil sería demostrar su existencia- ¿qué norma habrán de acatar los jueces inferiores?”.

Por tal motivo le dije al abogado que de consultar, yo consultaría al maestro Rafael Rojina Villegas, un verdadero experto en Derecho Civil; pero si fuera Magistrado del Tribunal no consultaría ni a Rojina Villegas.

Entendí la sugerencia del abogado como considerando mi falta de conocimiento en Derecho o que era de los funcionarios que atacan consignas. Un Juez debe asumir la responsabilidad de sus fallos y si un Magistrado, quebrantando sus atribuciones, da alguna indicación de cómo debe fallar, ese Magistrado debería excusarse de conocer el caso, en segunda instancia, pues ya anticipó criterio, lo cual sería inmoral.

En una ocasión me habló por teléfono el presidente del Supremo Tribunal manifestándome que, como ya había sido Juez Penal y ahora, Juez Civil, me estaban nombrando Juez Mixto (civil y penal) en Guaymas, Sonora. En virtud de que dicho cargo era muy inferior, le contesté que de cambiarme a Guaymas, yo renunciaría. Hubo varias llamadas, pero se decidió pedirme que convenciera al juez penal que se fuera a Guaymas, y con ello se resolvería el problema. Le hice saber al Juez Penal lo anterior, se comunicó al Supremo Tribunal y terminó renunciando al cargo de Juez Penal. Desde entonces se molestó seriamente conmigo, culpándome de que yo había decidido que lo mandaran a Guaymas, lo cual fue totalmente inexacto.

Al poco tiempo me hizo visita el Magistrado Adolfo Ibarra Seldner, a quien le hice saber mi incomodidad de la pretensión del cambio a Guaymas, y me manifestó que ellos tenían el problema de la reorganización de los juzgados. A lo cual le dije que no me oponía al plan de reorganización; pero en el de que se me cambiara, aceptaría que fuera a Hermosillo, que era el lugar que me habían ofrecido cuando llegué a Sonora.

Al concluir el periodo para el que fui nombrado, se me nombró Juez Primero de Primera Instancia Penal en Hermosillo, en Septiembre de 1953.

En una ocasión me fue consignada una señora por el delito de adulterio, toda la mañana pudieron los familiares solicitar se les fijara el monto de la fianza que debería cubrir para obtener la libertad provisional; pero cuando yo me encontraba en mi domicilio dispuesto a tomar mis alimentos, se presentó el hermano de la inculpada, pidiéndome se le fijara la fianza y, por la hora que era, le indiqué que fuera al juzgado en la tarde para la tramitación correspondiente. A lo anterior me contestó, “el presidente del tribunal dice que estas cosas, de libertad bajo fianza, se deben resolver en cualquier hora”, molesto por esa presión, le dije: “¿Ah, si?, pues que la saque él” y le cerré la puerta… yo acostumbraba todas las tardes ir al juzgado para despachar asuntos, especialmente dictado de sentencias durante dos horas; pudo haber ido al juzgado en la tarde, como se lo indiqué, pero solo fue al día siguiente, pidiéndome disculpas y se hizo el trámite normal.

V.              En la Escuela de Derecho

En carta personal al autor de este libro Evocaciones de un universitario, Don Roberto me escribió:

“Desde 1953 me desempeñaba como maestro de Sociología en la Escuela Normal del Estado y Juez Primero de lo Penal en Hermosillo. Antes había fungido como Juez Penal en Cd. Obregón, y en 1954 el Lic. Enrique E. Michel, Director fundador de la Escuela de Derecho de la Universidad de Sonora me llamó para que cubriera el Curso de Derecho Penal, el cual he impartido ininterrumpidamente hasta la fecha (junio de 1997).

En el Curso de mi docencia han desfilado muchos jóvenes con grandes inquietudes académicas y que han destacado con grandes éxitos en la vida profesional, que dan plena realidad al aforismo de que el alumno supera al maestro.

Para no herir susceptibilidades y, sobre todo, para no incurrir en injustas y lamentables omisiones, sólo voy a referirme al Lic. Miguel Ángel Cortés Ibarra, quien ha sido destacado funcionario público en el área de la Justicia, catedrático de Derecho Penal y exitoso postulante en los tribunales y además, entre sus actividades académicas, ha escrito un magnífico libro de Derecho Penal, el cual inspirado en la mejor doctrina jurídica tiene la gran importancia, para nuestros alumnos, de referirse a la Legislación de Sonora.

Tuve el privilegio de prologar la primera edición de su libro de Derecho Penal en 1971, porque el Lic. Miguel Ángel Cortés Ibarra, sin aires de vana petulancia, como a veces ocurre, del pedestal de su bien ganado prestigio, vuelve sus miradas a quienes fuimos sus  Maestros y no obstante habernos superado en algunos aspectos, nos guarda permanentemente afecto y consideración.

Por lo que a mi modesta persona corresponde, el Lic. Miguel Ángel Cortés Ibarra plasmó en escrito, indeleblemente, su afecto y consideración en el Prólogo que gentilmente hizo a mi libro de Introducción el Estudio del Derecho Penal en 1991.

La mención del Lic. Miguel Ángel Cortés Ibarra la hago como un botón de ejemplo, de lo grato y redituable moralmente que resulta la labor docente; en cada ciclo escolar  aumentamos en el inventario de nuestros afectos, nuevos amigos, además que nos rejuvenece el convivir con las siempre nuevas generaciones de jóvenes con grandes anhelos culturales, que con sus planteamientos e inquietudes nos hacen reminiscencia de una etapa que inexorablemente se nos ha ido.

Todo hombre bien nacido recuerda con cariño y con respeto  a sus mayores, haciendo a un lado los defectos y fallas de estos, como los hijos al recordar a sus padres mantienen un gran amor póstumo a su memoria, no porque su madre haya sido Miss Universo, ni su padre un grande y próspero ejecutivo, sino, al contrario, entre más modesta y humilde haya sido la posición de los padres, más se acrecienta nuestra infinita veneración.

Así también, un buen universitario debe mantener muy alto el prestigio de la Institución en la que se ha formado y la de sus profesores, porque la depredación o enaltecimiento que hagamos de los mismos, se revertirá sobre nosotros.

Es como la familia, denostémosla y nos denostamos; honrémosla y nos honramos.

          Volviendo a mi desempeño como universitario, cuando el Lic. Alfonso Castellanos Idiáquez renunció a la Dirección de la Escuela de Derecho, el H. Consejo Universitario me designó para sustituirlo, además de que previamente, en un asamblea de los estudiantes de la Escuela, frente a los posibles candidatos para dicha investidura, por votación mayoritaria se señaló a mi modesta persona.

VI.           Entrevista. Entregarse por completo

“Toda posición que uno ocupa debe de ser muy estimada para uno. Jamás he menospreciado las posiciones que he tenido en el momento de tenerlas.

¿Cuál es el mejor momento de mi vida? El presente. ¿El mejor libro de mi vida?, es el que acabo de escribir”, expone.

“Así que no puedo decir cuál es el cargo que me ha gustado más. Todos para mí han sido en donde me he entregado completo”.

Sin embargo, desde la perspectiva académica, destacó que el ser profesor, por ser una actividad de entrega. Y entre los cargos, la de ser Rector de la Universidad, que es una dignidad de alto prestigio académico, comentó.

Le tocaron momentos álgidos en la Unison

“Cuando yo entré a la Rectoría en 1967, la Universidad de Sonora estaba en una situación muy álgida. Acababa de terminar una revuelta de carácter político que había destruido el ciclo escolar”, recordó.

En ese tiempo acababa de salir el ejército de la universidad y él entró en lugar del doctor Moisés Canale.

La situación estaba tensa y la gente muy molesta, entonces su preocupación fundamental fue reestructurar a la Universidad de Sonora desde el campo administrativo y académico, expuso.

Para ello, explicó, se contrató a un centro de estudios educativos de la Ciudad de México, que en ese tiempo dirigía el doctor Pablo Latapí, que fue quien hizo toda la organización y proyección del trabajo de planeación universitaria.

“Para mí esa fue la labor más importante que yo desarrollé, con el auxilio de gente técnica capacitada para desarrollar esa actividad”, expuso.

Tras iniciar su rectorado después de una huelga, durante su período, que fue de 1967 a 1968, la institución estuvo en calma y fue así como la dejó. Sin embargo, sí estaba muy lastimada, aclaró.

“La huelga fue cuestión política. Fue cuando se quiso hacer el ensayo en el PRI de que el candidato a la gubernatura no emergiera de la cúpula, sino de las bases. Pero fue engaño porque en realidad la decisión sí fue de la cúpula y eso fue lo que molestó mucho a la ciudadanía en Sonora”, comentó.

Los jóvenes universitarios son muy sensibles a los problemas, empezaron a hacer reacción, hicieron manifestaciones en las que fueron sumados todos los sectores sociales contra la candidatura que se estaba asomando. Y como una vez algunos estudiantes habían estado quemando carros a manera de protesta, se refugiaron en la universidad y se metió la policía y eso lo tomaron como pretexto de que se había violado la autonomía universitaria, comentó.

“Después, la federación de estudiantes declaró la huelga en la universidad: pero me parece absurdo porque eran los sectores políticos inconformes los que hicieron el movimiento al que se sumaron los estudiantes”.

“La universidad no debe nunca ser trinchera de luchas políticas porque eso la destruye. La universidad es sagrada, está dedicada exclusivamente a la preservación de la cultura y a la investigación científica.

“No debe entrar ahí ni la política, ni la religión; debe haber libertad de pensamiento. Es lo que más vale de una universidad. Que forma hombres libres, con sentido y vocación académica”.

Buenos tiempos vive la universidad

“La universidad actualmente tiene muchas buenas perspectivas, yo espero que no vuelva jamás a participar en forma violenta en los movimientos sociales. Ahora todas las inconformidades en el campo universitario deben resolverse por medios universitarios, no con violencia y menos con huelgas”, agregó.

Todos los que forman parte de la comunidad universitaria deben sentir gran satisfacción en pertenecer a esta institución, exhortó, y deben respetarla y honrarla.

“Todos debemos luchar por que la universidad se mantenga enaltecida.

No es universitario pintarrajear las paredes de la universidad. No es universitario dañar la universidad ni material ni moralmente. Todos debemos enorgullecernos de pertenecer a ella y tratar de luchar con nuestro grano de arena para que sea una gran universidad”.

La Universidad de Sonora es una de las instituciones de primera clase en todo el país, afirmó, y su historia debe ser motivo de orgullo para todos, ya que emergió, por la ciudadanía, que con mucho entusiasmo proyectaron el sostenerla con el 10% de los impuestos.

“Es una gran historia la de la Universidad de Sonora porque emergió del pueblo, para que los hijos de los sonorenses no tengan que emigrar para formarse culturalmente”.

La labor del profesor vinculada a la moral

El profesor, además de la ciencia que imparte, debe fundamentalmente incrementar la formación moral de los alumnos, aseveró, porque de nada sirve un gran sabio o técnico, si es perverso. Causa más daño que el mayor criminal.

La mejor formación de un universitario debe ser sobre bases morales, porque una ciencia desligada de la moral es perversa, pero desafortunadamente en la actualidad “somos gigantes nucleares, pero pigmeos morales”.

Por eso, al margen de la especialidad que maneja, que es el campo del Derecho Penal, escribió un libro que se titula “La misión del Juez ante la ley injusta”.

“En él no sólo me refiero a la labor de los jueces, sino a la labor de los abogados. Nuestra profesión está íntimamente vinculada a la moral. Por eso es que para mí la labor de la abogacía es un servicio de sacerdocio jurídico”.

Un abogado en sus oficinas debe tener dos condiciones para aceptar un patrocinio, enlistó.

Primero, que sea justa la petición que quiere que se patrocine. Porque si es una perversidad no se debe patrocinar, porque sería tan perverso o más que el mismo cliente.

Y segundo, abundó, analizar bien las pruebas que se usen en el juicio para no mandar al cliente a un “mar sin brújula” y éstas deben ser honestas, no deben fabricarse documentos o testigos falsos.

“Desde el punto de vista del juez, debe estar pendiente en todo momento de que la sentencia sea justa y no puede haber justicia si el juez no atiende la realidad de la controversia. El juez está obligado a conocer la verdad de lo que las partes plantean”, apuntó.

Ex rector de la Universidad de Sonora, con una trayectoria de 60 años dentro de la abogacía, y 54 años como catedrático de la Máxima Casa de Estudios, Roberto Reynoso Dávila externa sus opiniones en el campo del derecho, nos dice cómo visualiza a la institución, y habla de su experiencia como rector.

VIII. Magistrado fundador del Tribunal Estatal Electoral

Por designación del H. Congreso del Estado, fundó –con el Dr. Héctor Rodríguez Espinoza y el Lic. Pedro González Avilés- el entonces Tribunal de lo Contencioso Electoral, del cual fue su Presidente.

IX. Actualmente

Reynoso Dávila se desempeña como maestro de tiempo completo e investigador-temporal en el Departamento de Derecho.

Amable como siempre, sonriente y con su característico entusiasmo y pasión al hablar, Reynoso Dávila concede entrevistas en las oficinas de su notaría, ubicada en la colonia Centenario.

X. Su Prólogo a mi libro Diálogos Didácticos de Introducción al Derecho

He leído con mucho interés el libro Diálogos Didácticos de lntroducción al Derecho, escrito por el Doctor Héctor Rodríguez Espinoza, quien con gran arraigo en la experiencia docente, programa su desarrollo con una proyección metodológica que atiende sobremanera los reiterados reclamos de los grandes juristas, como Piero Calamandrei, quien critica acremente la “Cátedra Magistral” en la que el maestro asume un impenetrable monólogo, colocando a sus discípulos en meros espectadores que, en las tardes calurosas del verano, suelen ser conducidos a un “dulce sueño físico”.

El eminente penalista Luis Jiménez de Asúa dice que el maestro debe descender de la tribuna y dialogar con su alumnado, evocando el método mayéutico de Sócrates, para que el alumno se constituya en partícipe activo en el proceso enseñanza-aprendizaje. Este método resulta necesario para quienes pisan el umbral de la escuela profesional, precisamente en esta asignatura, que es propedéutica de todas las ramas del Derecho.

Con realismo el Maestro Virgilio Domínguez señala que el tránsito de la Escuela Preparatoria a la de Derecho “es demasiado brusco, por su diversidad de los estudios”, sirviendo esta asignatura “como puente entre ambas”.

Con sobrada razón el maestro Héctor Rodríguez Espinoza dice: “Durante los últimos ciclos lectivos he utilizado este material con probado éxito en su aprendizaje y evaluaciones, tanto para mis discípulos como para mi responsabilidad pedagógica”.

Este libro, como dice el autor, es una herramienta auxiliar, guía adicional diría yo, una mano que se tiende al alumno para introducirlo en las profundas reflexiones de las milenarias instituciones del Derecho.

Desde luego, su estructura y el método didácticos no pretenden  desplazar libros de texto y de consulta necesarios para una formación profesional sólida y respetable, lo cual sería imayúsculo error! y el autor “apela a la honestidad intelectual de los discípulos, para no incurrir en una de las leyes más venenosas y paralizantes para la evolución del conocimiento humano: la “’ley del menor esfuerzo’”.

Ciertamente es unánime la apreciación de los docentes de la deficiente preparación de muchos alumnos respecto a los conocimientos que debieron haber adquirido en la enseñanza media y desde la primaria, y lo más grave, como consecuencia, entran a la escuela profesional sin tener bien definida la vocación para la carrera de Derecho.

Este panorama poco halagüeño ha dado lugar a que algunos docentes pretendan resolver el problema modificando los planes de estudio de la carrera, reduciendo los programas de las asignaturas y bajando los niveles de la enseñanza, con grave deterioro de una formación profesional seria.

a). Se pretende quitar una parte introductoria específicamente proyectada a cada asignatura especial. Se critica que en la iniciación de cada una se repitan temas que corresponden a las de carácter general previas al estudio de las que corresponden a las diversas ramas especiales.

Es natural que los maestros de las materias de cada rama especial hagan una sucinta relación de temas que, aunque sean de carácter general, tienen incidencias muy particulares en cada asignatura específica y que no pueden tocarse en propedéuticas de carácter general. Considero que sería más criticable que, en virtud de las reales deficiencias de la enseñanza media, en cuanto al estudio de las leyes de la lógica que rigen la estructura del pensamiento racional y las indiscutibles pobrezas de los conocimientos de la Gramática, en cuanto a que algunos alumnos Ilegan a la escuela sin saber redactar su pensamiento e incurren en graves faltas ortográficas, se pretenda cubrirlas en los planes de estudio de las carreras, impartiendo materias que sólo corresponden a la enseñanza media (aunque se les agregue un predicado postizo, como Redacción ‘Jurídica’, Gramática ‘Jurídica’, Ortografía ‘Jurídica’, etcétera).

b) Se pretende omitir los antecedentes históricos de cada institución jurídica comprendida en cada asignatura. En cuanto a que los cursos “se encuentran nutridos de elementos históricos”, manifiesto que para comprender plenamente la naturaleza y esencia de una institución jurídica es imprescindible conocer sus antecedentes, sus orígenes, los problemas que dieron lugar a su integración y los objetivos para los cuales se formó, así como la evolución que ha tenido en el curso de la historia. En uno de mis libros menciono, en forma irónica, que creo, en gran parte, que quienes “desdeñan el pasado histórico del Derecho Penal, lo hacen, o porque lo desconocen o porque creen que el mundo empieza con ellos”.

Edmundo Mezger, de la Universidad de Munich, dice que “no es posible comprender ninguna rama del Derecho en su estado actual, sin tener conocimiento de su desarrollo evolutivo a lo largo de los tiempos”. El Maestro español José A. Sainz Cantero, profesor de la Universidad de Granada, dice que “no se puede entender con exactitud el significado de una norma si se le estudia aislada de sus precedentes históricos (que han colaborado a su formación, costumbre jurídica que puede influirla, el peso de la doctrina que inspiró su elaboración, etcétera)”. El Maestro Ignacio Villalobos dice que “la historia del Derecho Penal no se estudia con afán de exhibir una supuesta erudición, vacía de sentido y de utilidad, sino por el beneficio que reporta para la mejor inteligencia de las instituciones actuales el conocimiento comparativo de sus orígenes y de sus antecedentes, así como la observación atenta del proceso que ha seguido en su elaboración”. El Maestro Virgilio Domínguez nos decía en clase que lo que para la carrera de Medicina es la Anatomía, eso es la Historia para la carrera de Derecho. Se ha dicho con plena certeza que el Derecho romano es el Alma Máter del Derecho.

Consideraría grave daño académico el pretender borrar o minimizar la historia del Derecho en la formación profesional de los abogados. Sería transformar una profesión universitaria en una carrera técnica.

c) Se pretende que en cada asignatura especial se prescinda del estudio de diversidad de teorías de diversos autores, porque se piensa que constituye una enseñanza enciclopedista. No la considero tal el impulsar a los alumnos al conocimiento de los razonamientos de la diversidad de juristas sobre cada uno de los temas del Derecho. El objetivo NO ES REPETIR simplemente pensamientos ajenos, sino procurar que la mente del alumno siga los procesos intelectuales de razonamiento de los grandes juristas, especialmente cuando difieren unos de otros, para que los alumnos aprendan a pensar jurídicamente. Se les deben plantear diversidad problemas prácticos, para que CON BASE EN LAS ORIENTACIONES DOCTRINALES del pensamiento jurídico y con los antecedentes de criterios jurisprudenciales, aprendan a buscar soluciones adecuadas.

Si se desdeñan las corrientes doctrinales y los antecedentes jurisprudenciales, la formación profesional será gravemente defectuosa porque, por la ley del menor esfuerzo, el alumno se inclinará por buscar LIRICAMENTE, como cualquier lego en el campo del Derecho, las soluciones de la problemática jurídica y jamás adquirirá criterio jurídico respetable.

Recuerdo que el Maestro Juan Sánchez Navarro nos decía en clases que dos cualidades debe tener un buen abogado: criterio jurídico y habilidad en el manejo de las leyes. Pero el criterio jurídico no es innato en el hombre, ni surge por generación espontánea; hay que penetrar en el estudio de las instituciones jurídicas, conociendo sus fuentes, la problemática que les dio origen y las reflexiones doctrinales que las sustentan.

Desgraciadamente cunden ideas que pretenden bajar los niveles en la formación de la carrera de Derecho.

Recuerdo que un Maestro de la Universidad Nacional se ufanaba de que el curso de Derecho Procesal lo impartía en forma sumamente amena a base de cantos corales y tuvo la osadía de presentar a sus alumnos en un programa de televisión cantando “a coro” los temas (ignoro si se hayan asesorado en el Conservatorio de Música); y en una comida a la que asistí, comentaba con orgullo que uno de sus alumnos, en forma admirable, explicaba todo el funcionamiento de la Suprema Corte de Justicia a base de movimientos de carritos en un escritorio. Este método para retrasados mentales o alumnos de lento aprendizaje, tal vez sea exitoso como terapia psicológica, pero no para la formación de los abogados preparados que reclama la sociedad.

No necesito mencionar autores, porque son conocidos, pero hay libros de Derecho que estudiar de cada figura delictiva, se concretan a manejar un mismo esquema (formato o machote), en los que de cada cuestionamiento se concreta a proporcionar la supuesta solución (que a veces es sumamente debatida en la doctrina), como una especie de Prontuario, prácticamente para que el alumno sólo lo memorice, como si se tratara de verdaderos dogmas.

Lamentablemente en las Escuelas de Derecho ingresan muchos, no por vocación, sino porque frustraron estudios profesionales muy diversos o porque no se consideran capaces para hacer estudios con seriedad.

Muchos “estudiantes” trabajan y, claro, en su desempeño laboral, se les asigna normalmente un horario entre seis u ocho horas diarias y, fuera de las horas de asistencia a sus clases, prácticamente les queda un minúsculo tiempo disponible para “supuestamente” entregarse a su formación profesional, lo que sólo puede dar por resultado la mediocridad.

Siempre he considerado que la carrera de Derecho tiene un rango académico igual a la de Médico Cirujano o Ingeniero Civil; no se trata de una carrera corta o comercial para formación de secretarias, o convertir mi curso de Derecho Penal, del nivel de la Escuela Profesional de Derecho, en uno para la Escuela de formación de Policías.

Recuerdo que vino a esta ciudad un distinguido Maestro de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional y al final de la conferencia, en la etapa de preguntas, un Maestro le planteó que si consideraba conveniente y útil que los alumnos de las Escuelas de Derecho, para asociar sus conocimientos teóricos con la práctica, en sus horas libres laboraran en el Poder Judicial, a lo que le contestó el conferenciante: “¡¿Quién le ha dicho a usted que los estudiantes de Derecho tienen horas libres?!”. Es mucho lo que debe estudiar un auténtico estudiante de Derecho. Las bibliotecas son los laboratorios de las Escuelas de Derecho.

Se aborda en este libro el importantísimo tema de la Jurisprudencia Técnica, en el que las corrientes del formalismo jurídico, auspiciadas por la Escuela de Viena, con Hans Kelsen al frente, desarrollan, hasta cierto punto, un papel primordial. La normatividad jurídica, por su esencial naturaleza conceptual, está estructurada, indudablemente, por las reglas de la lógica y precisamente por ello, su estudio sistemático adquiere el carácter de ciencia.

Sin embargo, en mi modesta opinión, el error del formalismo jurídico estriba en apreciar las normas jurídicas en sus aspectos meramente esquemáticos, como meras formas de normación impositiva e inexorable que pueden adoptar los más diversos contenidos sociales.

Llega al extremo Hans Kelsen al afirmar que “las normas del Derecho no valen en virtud de su contenido; cualquier contenido puede ser Derecho; no hay conducta humana que como tal esté excluida, en virtud de su sustancia, de convertirse en contenido de una norma jurídica”.

El Maestro Luis Recasens Siches, en 1942, siguiendo el pensamiento Kelseniano, decía que “las normas jurídicas positivas vigentes las recibe el jurista de una manera dogmática, autoritaria, es decir, tienen para el abogado, para el juez, el alcance de normas que no cabe rehuir”. También que el juez ante una ley injusta no tiene más que dos posibilidades: o aplicar la ley injusta con todas sus iniquidades o renunciar al cargo.

O sea, para el formalismo jurídico, el Derecho se presenta como un esqueleto inerte sin significación axiológica; lo más injusto y abominable puede ser Derecho.

Esta postura la repudia severamente mi Maestro Eduardo Pallares en su bello libro El Derecho Deshumanizado en el que asienta: “Por mi parte, sigo creyendo que, desde el momento en que el Derecho pertenece al reino del deber ser, ha de justificarse éticamente y sólo en cuanto lo esté, es auténtico Derecho, y no un mero hecho, que consiste en la imposición de la fuerza material de que dispone el poder público”. “La imposición de la norma por medio de la coacción, que no esté fundada en motivos éticos, es un mero hecho, una realidad más o menos brutal, que no pertenece al mundo del deber ser sino al del mero ser”. Y el jurista Georges Renard dice que “el jurisconsulto es un servidor de la justicia. Y nosotros, profesores de Derecho, faltaríamos al más esencial de nuestros deberes, si no enseñáramos, más alIá de la legalidad, el culto y el amor a la justicia”.

El propio Maestro Luis Recasens Siches cambió radicalmente la postura ideológica que sostenía cuando fui su alumno y en 1959 escribió Nueva Filosofía de la Interpretación del Derecho, en la que sostiene: “A los abogados y jueces cuya inteligencia, cuyo honrado criterio y cuyo sentido de responsabilidad les permitieron y les indujeron la necesaria valentía para cumplir sus funciones como era debido, incluso desafiando las angosturas de criterio de legisladores y doctrinarios que les conminaban a limitar su función a un mero empleo de silogismos que tomasen como punto de partida los textos legales. A tales juristas talentosos, honrados y valientes, mi teoría les ofrecerá poco para el desempeño de su labor práctica, que ya vinieron cumpliendo en cuanto a sus resultados de acuerdo con los criterios que he sacado a la superficie de la conciencia. Para tales juristas, mi teoría a lo sumo podrá darles la satisfacción de un poner en claro en términos rigurosos lo que prácticamente ya sabían hacer y habían venido haciendo de hecho”. Y más adelante: “Pero hay también muchos juristas, desde luego ilustres por su inteligencia y su saber, y honestos por sus buenas intenciones, pero timoratos, cohibidos por un erróneo adoctrinamiento de fetichismo legalista, seducidos por la brillantez de la razón matemática, y acaso también asustados por ciertas expresiones del Poder Legislativo, quienes prestaron servil acatamiento a los métodos de la jurisprudencia conceptualista, lo cual les impuso el dolor de dictar sentencias de acuerdo con tales métodos, las cuales resultaban notoriamente injustas, e incluso monstruosas en algunas ocasiones. Tal vez estas páginas puedan servir modestamente para abrirles los ojos, mostrándoles los crímenes intelectualesy los entuertos prácticos cometidos dentro del campo jurídico con el nombre de la lógica tradicional, de una lógica que no puede ni debe tener empleo en este campo”. Y concluye tajantemente: “El juez no debe inspirarse primordialmente en la lógica tradicional, sino en consideraciones de otro tipo, por ejemplo, en la búsqueda de la solución justa del caso particular”.

En mis cátedras siempre he manifestado que quien no tenga vocación por la Justicia, no tiene vocación para ser abogado; más que las doctrinas y técnicas jurídicas, he querido imprimir en la conciencia de mis alumnos, esa firme vocación por la Justicia.

No puede ser buen juez quien no tiene sensibilidad por la Justicia. Todas las normas jurídicas están impregnadas de contenido ético, por lo que Francesco Carnelutti sostiene que “todo el Derecho; pero el Derecho Penal en primera línea, es un medio para reducir a la moral la conducta de los hombres”.

No comparto el punto de vista de Jose Salsmans, S. J., quien en Deontología Jurídica o Moral Profesional del Abogado, sostiene que “el defensor habla en nombre del acusado; por consiguiente, aquel puede comportarse como éste” y que el culpable, para eludir la incriminación, puede acudir a “explicaciones, inventadas por el acusado o sugeridas por su defensor, para probar que él no puede ser el autor del crimen”.

El abogado debe constituirse en sacerdote de la Justicia. La moral social tiene como contenido el conjunto de deberes de comportamiento que tenemos frente a los demás y dentro de esa normatividad se encuentran las jurídicas, por lo que no puede haber contradicción entre la moral y el Derecho, ambos se alimentan de la misma savia.

El fin supremo del Derecho es la Justicia y ésta se sintetiza en la fórmula: no hagas a otro lo que no quieras para ti.

Todos los procedimientos civiles, penales o de cualquier otra índole ante los tribunales, tienen por objeto, mediante las pruebas que se aporten y las que se manden practicar de oficio, que el juez conozca la verdad de los hechos alegados por las partes, pues sólo con su esclarecimiento pleno  en los juicios, es como el juzgador puede dictar sentencias justas satisfaciendo plenamente el fin supremo del Derecho: la Justicia; y ésta no puede estar en contradicción con la verdad.

No actúa dentro de la ética profesional el abogado que, en una diligencia judicial, interviene objetando preguntas o posiciones dirigidas a los testigos o a las partes, tendiente a evitar el esclarecimiento de la verdad o para inducir a los declarantes para que las respuestas se orienten a corroborar sus falsas posturas. No cumple debidamente su función un juez que, a pretexto de extremosos formalismos, atiende las objeciones mencionadas frenando los cauces que pueden conducir a la verdad. Esto causa más daño a la justicia que admitir preguntas o posiciones, supuestamente inconducentes en el juicio, pues si realmente resultaran inconducentes, las respuestas, por la misma razón, serían inocuas.

En la protesta que rendí en mi examen profesional en la UNAM para obtener el título de Licenciado en Derecho, se me hizo saber: “no deberéis emplear vuestros conocimientos, sino en servicio de las causas justas”.

El Código Penal Federal, en el del Distrito Federal (artículo 231, fr. I y Ill) y en el de Sonora (artículo 198, fr. I y Ill) establecen como delito de los abogados alegar a sabiendas hechos falsos o ejercitar acciones u oponer excepciones en contra de otro fundándose, a sabiendas, en documentos falsos o sin valor o en testigos falsos.

Quebranta gravemente la ética profesional un abogado que, conociendo la verdad de un hecho controvertido, alega lo contrario ante los tribunales. Si una persona a quien le han pagado un adeudo y aprovechando que el deudor no recogió el pagaré, la letra de cambio o el documento que contiene la obligación de pago, lo reclama indebidamente de nuevo, comete un delito de fraude y el abogado que, a sabiendas, lo patrocine se constituye en coautor. La circunstancia de que no se le pudiera probar a un abogado que actuaba a sabiendas en los casos mencionados, no le quita su delictuosidad. Aún en materia penal, el defensor quebranta la ética profesional si sugiere a su defendido coartadas falsas o alega la inocencia de culpables.

Está bien que el defensor no debe denunciar ante el juez la culpabilidad que conoció en confidencia con su defendido, porque quebrantaría gravemente el secreto profesional e incurriría en responsabilidad penal por prevaricación; pero no debe inventar coartadas ni alegar falsas inocencias.

La misión del abogado es que se haga Justicia cumpliendo con los fines del Derecho. No se cumple con su misión, si se constituye, con su patrocinio, en paladín de la impunidad de los delincuentes en perjuicio de la seguridad pública. Un comportamiento profesional torticero como el indicado, sólo fomentaría el fortalecimiento y aumento de la criminalidad, pues los delincuentes ya contarían con quien acudir para burlar la justicia y, en esta situación, el “abogado” se constituiría en cómplice de la delincuencia.

Está bien que aún el criminal más bestial tiene derecho a ser defendido ante los tribunales y que el defensor no debe denunciar su culpabilidad, ya que esto compete exclusivamente al fiscal; pero de ello a alegar falsamente su inocencia hay gran distancia.

Podrá el defensor exigir que las pruebas de cargo se ajusten a las formalidades legales y que a su defendido se le siga un juicio justo. Podrá impugnar las irregularidades de las pruebas de cargo; podrá invocar las opiniones o razonamientos doctrinales que señalen la injusticia de las leyes que pretenden aplicarse a su patrocinado, con el fin de obtener que el juzgador, con su amplísima facultad hermenéutica, aplique con equidad la ley eliminando la posible injusticia en que incurriría con una aplicación meramente silogística. Pero de lo anterior a presentar documentos o testigos falsos o alegar coartadas inventadas alegando inocencia de culpables, insisto, hay gran distancia.

Cómo me place el presentar un libro inspirado en la obra de quien fuera mi Maestro, Eduardo García Máynez, con quien me liga emotivamente el haberme proporcionado mi primer empleo. Asimismo el comentar este libro escrito por el Doctor Héctor Rodríguez Espinoza, con quien comparto gran parte de mis convicciones en cuanto a la misión del jurista.

He compartido con el autor de este libro, las aulas universitarias y algunas experiencias en labores propias de nuestra profesión, en las que he advertido su seriedad y honestidad como jurista y su gran capacidad y vocación docente. Este libro lo traerán los estudiantes bajo el brazo como un amigo, como un guía inseparable en los derroteros de su vida estudiantil. Decía Ralph Waldo Emerson que “la mejor forma de demostrar que hay amigos es serlo” y este libro es la mano amiga que se tiende a los alumnos en los albores de su formación profesional.

XI. Despedida. Carta a HRE

Mi buen amigo, Dr. Héctor Rodríguez Espinoza, recibí de mi hijo Rafael un sobretiro de la Revista “Incide”, donde aparece una pequeña semblanza de tu vida personal, la cual, como es un hecho notorio, resalta por tu calidad académica y entrega plena a las actividades en que el destino te ha ubicado. Siempre me he congratulado de tu amistad y afecto, aunque éstas no se manifiesten en persistencia física, ya que, como se dice: “la amistad es estar cerca en la distancia”.

       A mi vez, quiero compartir contigo la que podría calificarse como la etapa pre-final de mi vida, la cual publicaré en alguna ocasión:

En el mes de junio de 2010 en el cual fui a la Clínica Mayo, opté por hacerme un examen general de salud.

Del examen endocrinológico se me definió como diabético controlado únicamente con dieta y ejercicio, pues jamás he tomado medicamento alguno para regular la glucosa en la sangre.

En cambio, el cardiólogo, con todos los exámenes que se me hicieron, llegó a las siguientes conclusiones: 1. Una válvula del corazón funciona muy deficientemente; 2. No hay medicamento para arreglar esa válvula; 3. Requiere operación de corazón abierto; 4. Esa deficiencia no presenta síntomas; pero se gradúan esas deficiencias en moderadas, graves y severas. El caso mío es de severas; 5. A personas con la deficiencia que adolezco cuando tienen una edad de 60 a 70 años, dicha operación tiene un margen de mortalidad de 1 %. 6. En el caso mío por ser severo y tener una edad de ochenta y nueve años y medio, no hay estadística que presente porcentaje de mortalidad; 7. El cardiólogo considera que si el cirujano que proyectara hacerme la operación determina que el índice de mortalidad pudiera ser de 10 %, él me aconseja que no acepte operarme. 8. Estima que para mi edad estoy mucho muy sano y las perspectivas de síntomas peligrosos pueden surgir en cualquier momento; 9. Me aconsejó consultara la opinión del cirujano que podría operarme, para que él evaluara el porcentaje de mortalidad en mis personales condiciones.

     Cuando acudí ante el cirujano cardiotorácico, éste llegó a las siguientes conclusiones:

          “El paciente cuenta con problemas de estenosis en la válvula aórtica por calcificación, la cual se puede reemplazar con una operación de corazón abierto.

       “Dicha operación tiene un riesgo de mortalidad entre 12 y 15%; además es probable un 20% de falla en los riñones, requiriendo diálisis hasta en un largo plazo. Ciertamente puede existir un 15 a 20% de necesidad prolongada de utilizar respirador y riesgo probable de disfunción en otros órganos del 10 al 15%.

       “Si se llevara a cabo la cirugía, seguramente se requiere hospitalización prolongada y contar con una enfermera certificada; y le llevará al paciente por lo menos 6 meses en recuperarse completamente de la operación.

       “Se sabe que la edad del paciente no es una contraindicación para llevar a cabo la cirugía, sin embargo, la recuperación para gente mayor toma mucho más tiempo y riesgos.

       “Se le mencionó al paciente que si está interesado en operarse debe ser de su total consentimiento y porque él mismo lo eligió así.”

       Se me hizo saber que si bien no presento síntomas, una vez que los presente los riesgos aumentarían considerablemente y se me sugirió repetir el ecocardiograma en seis o doce meses a fin de evaluar el avance.

       Al concluir todos los exámenes que se me hicieron, volví con la médico internista, la Doctora Luciana Funtowicz, quien me había enviado con los diversos especialistas, y ante todos los resultados recabados y con un gran sentido humanista, a petición mía, me dijo que si su señor padre estuviera en las condiciones en que me encuentro, ella decidiría la no intervención quirúrgica y esa decisión fue la que tomé. 

       Al regresar a Hermosillo acudí a un cardiólogo amigo, el Doctor Rafael de la Ree Abril, de esta misma localidad, para la vigilancia y seguimiento de mi padecimiento, quien consideró que no debería calentar mi cabeza pensando en los síntomas peligrosos, porque con la mente los atraería y me pondrían dar, aunque no fueran precisamente del corazón.

        Le pareció que es más importante decirme lo que SÍ debo de hacer y cómo me tendré qué cuidar:

       -Para mi comida, agregar fruta. 

– SUMAMENTE IMPORTANTE cuidar mis movimientos, darme tiempo en levantarme, sin prisa.

– Excelente hacer la bicicleta estacionaria…

– Muy bien estar activo, excelente dar clases, muy admirable.

– Cuando trabaje en la COMPUTADORA es muy IMPORTANTE fijar un tiempo para caminar un poco haciendo espacios de hora y media.

–  Cuando me sienta mal, aclaró, que cuando necesite le hable.

– Que NO haciendo movimientos bruscos no sentiré un mareo que pueda confundirse con problema del corazón.

       – No aconseja que maneje automóvil.

Considera que estoy muy bien y habiendo detectado el endurecimiento de esa válvula cardíaca, teniendo una vida como a mí me gusta vivir será muy fácil organizarme. Qué siempre sabré decidir lo que es mejor para mí.

       También vi a un médico internista amigo, el Doctor Gustavo Nevárez Grijalva, para que me checara y vigilara cualquier cambio en mi estado general de salud. Él estimó la situación cardio-valvular-aórtica que adolezco, como una situación que tengo, quién sabe desde cuándo, tal vez años y, por tanto, basta con seguir el mismo ritmo de vida que llevo, el cual es el que se me ha aconsejado.

Ahora, en visión retrospectiva del desarrollo de mi vida, siento la satisfacción de haber puesto todo mi potencial en cada una de las etapas que me han tocado vivir.

Sin amilanarme ante las carencias he afrontado con optimismo y fortaleza los avatares de la existencia.

Algunos logros que jamás fincaron envanecimiento en mí.           

Muchos sinsabores que jamás abatieron mis esperanzas.

Los sucesos fallidos y los obstáculos acrecentaron siempre mis fuerzas para persistir en mis anhelos.  

Mis amores más sagrados, los de mis familiares: a quienes el destino se llevó, proyecto mi devoción infinita y a quienes viven, proyecto mis esperanzas; pero todos ocupan un lugar especial en mi corazón.

Mi credo religioso lo recibí de mis padres y lo mantendré hasta el final.

El hombre siente la necesidad de creer. Las creencias no son constatables o verificables. Pero sin creencias vivimos en la incertidumbre, donde es posible habitar, pero es un existir empapado de angustia -de angustia existencial-, como diría Soren Aabye Kierkegaard.

Desde su origen, en la esencia del ser humano, sin importar nivel cultural, y, tal vez, sin percibirlo conscientemente, gravita un complejo de ingentes necesidades que, subconscientemente, reclaman respuesta o satisfacción: 

a) de conocer la esencia, el origen y el futuro del universo en el cual se desenvuelve. 

b) de conocer por qué existe él y para qué existe.

c) de conocer su esencia, su origen y su futuro personal.

d) de conocer su situación ante los demás seres humanos.

Ante su impotencia para descifrar los anteriores planteamientos, su mirada se proyecta a algo sobrenatural determinante de todo lo existente. Así surge la concepción de la existencia de un Creador, de un Dios, y de las diversas religiones.

El ser humano ha hecho uso de las religiones para encontrar sentido a su existencia y para dar trascendencia y explicación del mundo, del universo y de todo lo imaginable.

Una religión (del latín religare o re-legere), según el sociólogo Gerhard Emmanuel Lenski (1924-), es «un sistema compartido de creencias y prácticas asociadas, que se articulan en torno a la naturaleza de las fuerzas que configuran el destino de los seres humanos», pues como afirma José Ortega y Gasset (1883-1955), ese compartir nos proporciona “una mayor tranquilidad y confianza subjetivas, porque, en el fondo, somos los hombres humildes y débiles y nos aterra quedarnos solos con nuestro criterio”. 

Esta necesidad de creer explica y justifica las diversas religiones que hay en el mundo. Resultan baladíes las discusiones en materia de fe; la infinidad de herejías sostenidas a lo largo de la historia, y la ensordecedora multiplicidad de “ofertas religiosas” de hoy en día, han originado enconos, odios y hasta guerras, como el Papa Urbano II en el siglo XI, quien impulsó a los cristianos a la lucha contra el Islam, las cruzadas, al grito de “Dieu lo volti” (¡Dios lo quiere!), y todavía fue beatificado por la clerecía.

En buena hora que el Concilio Vaticano II “ruega ardientemente a los fieles que, ‘observando en medio de las naciones una conducta ejemplar’, si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos los hombres”.

Siempre he creído que el gran poder de una religión es de carácter fundamentalmente espiritual y que los ámbitos de la Política, de la Religión y de la Ciencia, son muy diversos, aunque todos deben regirse por la moral universal (dentro de la cual está el Derecho) y deben ser totalmente libres y autónomos, pues mezclarlos resultan gravemente dañosos, como se ha demostrado por la historia.

Recuérdese a Galileo Galilei (1564-1642), quien por afirmar el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, los “sabios y santos” jerarcas de la Iglesia quienes decían tener comunicación directa con el Espíritu Santo, por considerar que contradecía a la Santa Biblia lo condenaron de herejía en 1633 y se le obligó a retractarse. Todo lo anterior, auspiciado y promovido por los altos jerarcas religiosos.

Desde los primeros siglos del cristianismo todos los dogmas cristianos han sido precedidos no por días, ni meses, ni años, sino por siglos de debate teológico encendido, de polémicas, de luchas que han pasado por la descalificación personal, por el exilio, por la excomunión o incluso la ejecución por parte del poder civil de los que tenían opiniones contrarias. ¿En esa forma se considera justificada la integración de la sagrada doctrina que promovió Jesús de Nazaret? 

Al parecer se olvidan de la sabia máxima de San Agustín: “Unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, y caridad en todo”.

Debe considerarse que el Concilio Vaticano II convocado por el Papa Juan XXIII el 25 de diciembre de 1961, reconoció que “no siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al espíritu de Jesús de Nazaret. Sabe también la Iglesia que aun hoy día es mucha la distancia que se da entre el mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está confiado el Evangelio”.      

Todos los que profesan cualquiera de las diversas religiones que hay en el mundo, son muy respetables, porque todos, a su manera, invocan a Dios, creador del Universo y comulgan los mismos principios de comportamiento, basados en la Moral universal.

En pleno siglo XXI ninguna religión debe ser una rígida y sofisticada imposición dogmática que anule la libertad de conciencia. ¡Cuántos crímenes cometió la Inquisición!.

En diciembre de 2008 el Papa Benedicto XVI defendió el respeto a las personas que cambian de fe como uno de los principios fundamentales de la libertad religiosa: “La libertad religiosa, que permite a cada uno vivir su credo solo o con los demás, en privado o en público, comporta también la posibilidad para la persona de cambiar de religión si su conciencia lo requiere”.

El creer es una aptitud psíquica de confianza, de tener seguridad en algo. Esa aptitud psíquica depende del desarrollo del individuo y de su nivel cultural. Un niño, o un ignorante, fácilmente es un crédulo. Entre los hombres de la Edad Media y los de nuestro tiempo, debe haber mucha diferencia en cuanto a la susceptibilidad de creer. 

Yo creo que lo esencial es la vida virtuosa, el amor al prójimo. Un hombre recto, de inquebrantable moral, amoroso de su familia, sin importar raza, credo religioso, nacionalidad, nivel cultural o económico, ¡no puede encontrar cerradas las puertas del cielo! (“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”, San Mateo, V, 8). Lo mismo diría de los personajes que han destacado en la cultura y en la ciencia y a quienes la humanidad les debe incontables beneficios, porque esa virtud y esa grandeza la han recibido de Dios y a Él le son gratas, aun cuando ellos mismos no lo pudieren percibir así.

La doctrina de Jesús de Nazaret no está tupida de dogmas, ni de profundas especulaciones sólo propias de grandes filósofos de “alta escuela”. 

Jesús de Nazaret no vino al mundo a mover el cerebro de los hombres, sino a mover su corazón.

La sagrada doctrina de Jesús de Nazaret es sencilla, al alcance de modestos pescadores; todo aquél que quiera acercarse a Él, debe llegar con la humildad y sencillez de un niño, o de un “pobre de espíritu”, pues de ambos “es el reino de los cielos” (San Mateo, V, 3 y XIX, 14). “Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (San Marcos, X, 15). Su doctrina es de amor, de perdón y de vida virtuosa: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (San Juan, XIV, 15). 

En fin, a medida que se extiende la cultura en todos los pueblos, nos percatamos de que todos los seres humanos, sin excepción, vivimos con las mismas oscuridades y certidumbres y los mismos anhelos de feliz inmortalidad.

Debe aborrecerse el fanatismo político, el religioso, o de cualquier otra índole y tener siempre la mente abierta a cualquier tipo de especulaciones, sobre la base de la absoluta tolerancia del pensamiento ajeno, porque como decía Carl Edward Sagan: “No puedes convencer a un creyente de nada porque sus creencias no están basadas en evidencia, están basadas en una enraizada necesidad de creer”.

Se pueden compartir todos los postulados de una religión, cualquiera que fuese, pero esa fe no se puede apoyar en la ciencia, ni en reflexiones lógicas de carácter racional o silogístico, sino en la lógica del corazón, en la vía afectiva, porque existe la más profunda convicción de que en lo afectivo se encuentra el secreto de todo valor, de todo lo que de verdad nos importa, el camino hacia lo que en el fondo buscamos. 

Debemos procurar hablar más al corazón que a la inteligencia; que podamos vivenciar la capacidad de amar, pues los procesos emocionales y la afectividad, vinculan la emoción a la motivación de realizaciones y proyectos positivos. Bien dice Anatole France: “Las verdades que revela la inteligencia permanecen estériles. Sólo el corazón es capaz de fecundar los sueños”.

La felicidad humana que todos anhelamos, no está en el poder, en el confort, en la riqueza, en los reconocimientos, en resumen: en algo exterior; sino está más cerca de nosotros, está en nuestro corazón, en la paz interior, como decía San Agustín, en la conciencia moral. 

Para concluir este pequeño y dramático apartado de mi biografía, quiero recordar una canción que cantó en forma espectacular Frank Sinatra, de Paul Anka, muy significativa en revisión del recorrido de una vida, muy emotiva y que con serenidad conforta.

My Way (A mi manera)

El final, se acerca ya,

lo esperaré, serenamente,

ya ves, que yo he sido así,

te lo diré, sinceramente,

viví, la inmensidad,

sin conocer, jamás fronteras y bien,

sin descansar, y a mi manera.

Jamás, tuve un amor,

que para mí, fuera importante,

tomé, sólo la flor,

y lo mejor, de cada instante,

viví, y disfruté,

no sé si más, que otro cualquiera,

y sí, todo esto fue, a mi manera.

Porque sabrás,

que un hombre al fin,

conocerás por su vivir,

no hay por qué hablar,

ni qué decir,

ni qué llorar ni qué fingir,

puedo seguir, hasta el final,

a mi manera.

Tal vez lloré, o tal vez reí,

tal vez gané, o tal vez perdí,

ahora sé que fui feliz, que si lloré,

también amé, puedo vivir,

hasta el final,  a mi manera.

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