Homenaje al Mayor Isauro Sanchez Pérez

PIN

MI ÉPOCA DE MÚSICO PROFESIONAL. BAILES EN EL CASINO CUA CUÁ

(Fragmento del libro autobiográfico “1956. Evocaciones de un universtario” Inédito.)

            En ese año de 1961, algunos muchachos de la Banda de música empezaron a tocar en algunas orquestas de la ciudad, convirtiéndose en cierta forma en profesionales. Entonces muchos decidimos formar la Orquesta Juvenil Universitaria, cuyo repertorio sencillo y de moda, ensayábamos en las casas de Guillermo Memo Minjares y Manuel de Jesús Vega Pompa. Tocamos en algunos bailes en el Gimnasio de la Universidad, en fiestas particulares y hasta realizamos una gira por Navojoa y Huatabampo, organizada por Norberto Cruz Valdez.  Nuestro grupo, por la simpatía que despertaba y que podría haber acaparado los tradicionales bailes de la Universidad, fue naturalmente vista con desconfianza por las orquestas de moda del también trompetista Manuel Manuelito García y del saxofonista Andrés El chato Ureña, que tenía su feudo dancístico en su Casino XX,  por lo cual hicieron ofertas atractivas a algunos de nuestros mejores elementos y nos desbarataron.

 

            En los meses finales de ese 1961, por la influencia de Luis mi hermano, me enrolé en una orquesta de baile que se formó para competir con la de Manuelito García, que además de su tradición contaba con los mejores músicos de la localidad y acaparaba todos los bailes que valían la pena, pero que, como Director –haciendo honor a que el que  parte y reparte, se queda con la mejor parte, cual todo un buen caimán, como pícara y hasta “cariñosamente” se  les llama en el gremio-, era acusado de no distribuir equitativamente las ganancias. El conjunto se llamó Carta Blanca, por el patrocinio de esa cervecería. Nos compramos un uniforme de otoño, compuesto de pantalón negro y una camisa verde de manga corta, que compramos en Mazón Hermanos. Nuestro asiento de ensayos y de bailes nocturnos dominicales fue el Casino Cuauhtémoc (el popularísimo y desaparecido Casino “Cua Cuá”). En la orquesta estaban de los mejores instrumentistas, como –entre otros, que no recuerdo– Rodolfo El Chino Medina RiveraMarcos MinjárezAntonio Mariachi GutiérrezJosé Supo y yo, en la trompeta; mi hermano Luis El GordoAlfonso MorenoAlejandro El Cachas Minjáres (+) y Juan de Dios Alegría Mayboca, como trombones de vara; René RiveraCatarino Chacho Vásquez, Marianito Valdéz, el entonces Director de la Escuela primaria Benito Juárez  e Ignacio El Nacho Galindo Barajas (+), Agustín Zorrillo Barajas, como saxofones contraltos; Angel Valdéz, Armando Noriega, Guillermo El MemoMinjáres y José Pepe Tánori (+), como Saxofones tenores; y Antonio El Toño Ureña, como saxofón barítono; Tomás Don Tomy López (+) como Contrabajo; José Tánori y Moisés El Cuate Solano, en la guitarra eléctrica; y Arnulfo El Cuta Miranda (+), como baterista y el nuevo caimán. El repertorio era variado y rítmico, amenizando  los bailes en bloques de cuatro pieza llamadas tandas, por lo general tres melodías alegres y movidas (Mambos, chachachás, merengues, Sones montunos o danzones y algunas corriditas, arreglos de Pablo Beltrán Ruiz, Dámaso Perez Prado, Carlos Campos, Chucho Zarzoza, Salvador Rangel y de nuestro Ivón Mendez(+), para cerrar con un bolero de contoneo lento y cachondo. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, a Mambos Nos. 5 y 8, Pelotero la bola, Torrente, Moliendo cafe, Y, La paloma, Óyeme cachita, Palillos chinos, La mancornadora, El manicero, Guaglione, Perfidia, Tequila, Muchacha, Juárez, Nereidas, Sábado en Tijuana, Patricia, La burbuja, México, Ruedas, Merecumbé Ay cosita linda, Al di lá, Pepe, Musita, La boa, El yerberito, Recuerdos de Ipacarahí… y tantísimas otras favoritas de músicos y público y de una época tan intensa cuan irrepetible? Solíamos cerrar los bailes con el clásico bolero que hizo famoso María Luisa LandínAmor perdido, cuyas primeras  notas lentas y descendentes de los  dos compases iniciales -ta – ra – ra – ráaa…, ta ra ra rá, ra rá, ra rá, ráaaa…-, invariablemente producían unánime estallido expresivo de júbilo de las parejas que, con las manos apretaditas y sudorosas se encontraban en la pista e inmediatamente se fundían en el abrazo melódico, de cachetito, confundidos Old spice con Chanel no. 5, con los ojos cerrados y mordiendo él la orejita de la dama; y hasta los que se habían sentado se levantaban, como resorte, para disfrutar aprisionados en tan lúdico y rítmico estrujón, consumar la despedida de esa madrugada y hacer cita para el próximo domingo:

AMOR PERDIDO

Amor perdido, si como dicen que es cierto que vives dichosa sin mí.

Vive dichosa; quizá otros brazos te den la ternura que yo no te dí.

Hoy me convenzo que por tu parte nunca fuiste mía, ni yo para tí.

Ni tú para mí, ni yo para tí, todo fue un juego,

nomás en la apuesta yo puse y perdí.

Fue un juego y yo perdí, esa es mi suerte,

y pago porque soy buen jugador; tú vives más feliz,

esa es tu suerte, ¿qué más puede decirte un trovador?

Vive tranquila, no es necesario que cuando tu pases me digas adiós:

no estoy herido yo por mi madre que no te aborrezco ni guardo rencor.

Por el contrario, junto contigo le doy un aplauso al placer y al amor.

¡Qué viva el amor! ¡Qué viva el placer!

Ahora soy libre, quiero a quien me quiera, ¡Qué viva el amor!

 

            La mejor época para las orquestas es la de fin de año, por las posadas, las bodas y los bailes de navidad y de fin y nuevo año. Así fue ese 1961, pues recuerdo contratos especiales, como uno en el viejo casino de Hermosillo (en lo que es ahora la Dirección del Trabajo), en el que como variedad acompañamos a Las Hermanitas Jiménez, dueto roquero de jovencitas que andaban de moda; y otro en el antiguo Casino Aliancista (edificio histórico convertido en  el Instituto Sonorense de Cultura), cuando, también como variedad, acompañamos a Marco Antonio Muñiz, siendo una de las melodías Escándalo, que junto con Celoso y Luz y sombras, la acababa de grabar y andaban de moda; por cierto la canción empieza con un Solo de Saxofón tenor, que le tocó ejecutarlo a Angel Valdez, con una calidad tan extraordinaria que provocó una mirada de  apantallamiento del cantante quien, al terminar la pieza, felicitó a Angel. Al preguntarle Marco Antonio a nuestro saxofonista estrella que si en qué orquesta había aprendido a tocar así, él le contestó que casualmente en la más reciente de sus temporadas en la ciudad de México, donde desde entonces es reconocido, ¡había sido invitado para grabar ese Solo en el disco, con la orquesta que acompañó a Muñíz y famoso en el mundo latino entero!

             El caso es que con tantas tocadas acumulé la fabulosa cantidad de $500.00 de aquellos; y eso que por mi juventud, inexperiencia y realmente no tanta necesidad como los demás músicos profesionales, estuve consciente de que había sido víctima de una caimaniada más del amigo El cuta.

            La orquesta, víctima de las rivalidades propias de tantas personalidades e individualidades y, en cierta forma, estrellas en sus respectivos instrumentos, pero incapaces de trabajar en equipo, se desintegró. Poco duró el gusto de competir con Manuel Manuelito García, quien recuperó algunos músicos y el monopolio del mercado dancístico hermosillense. Cada músico tomó su camino. Algunos nos integramos a una orquesta más modesta caimaniada por el también trompetista El Negro Gracia (a quien la raza llamábamos ¡El negro desgracia!) y nos quedamos en el Casino Cuahutémoc, tocando algunos meses de 1962. El repertorio era menos exigente y recuerdo tres piezas que repetíamos: Elsie MamboLa Dama de España y la corridita Saboreaste tú la miel de mi primer amor.

            En ese habitual centro de saraos concurrían jóvenes de todas las clases económicas, principalmente de estratos medios y estudiantiles, en  un democrático ejercicio de diversión social, con la botella de cerveza en la mano como si fuera parte del cuerpo, excepción hecha de Luis Manuel Isibasi y Rodrigo Elizalde Carrillo, que como buenos deportistas siempre se distinguían –hasta en sus incursiones postreras en los cabarets de la zona de tolerancia– por portar, ridículamente, ¡una cocacola chica! Muchos reconocidos profesionistas de hoy hicimos ahí  nuestros primeros pininos de baile y conquistas con jovencitas sencillas y más jaladoras (en el buen sentido de la palabra) que nuestras noviecitas santas.

            Una menguada orquesta del Negro Gracia se le veía, en los años siguientes, tocando honradamente en el cabaret Bertha’s, de la extinta zona de tolerancia de la ciudad, entre vueltas y vueltas y siseantes expresiones de paciencia, con la charola de licor en todo lo alto, de Nacho el mesero (que tan bien imitaba Santiago Cota de la Torre y de trágica muerte en su habitación). La orquesta acompañaba a las vedettes del tercer mundo y del quinto patio, con la clásica El hombre del brazo de oro (-tat – tará ra ra ra rá – ra ra ra rá,  empezaba la trompeta; –  pa rrá pa pa pám, contestaban el trombón y la batería…) y a los cantantes de la Variedad, como aquel que tenía en un puño la atención e identificación de  las mujeres ahí asiladas, cuando cantaban, a coro,

AMOR DE CABARET

Siento una pena muy honda, dentro del alma,

y quiero ahogarla con vino, y caricias de amor.

Mi vida no tiene remedio, perdido ya estoy,

en este medio maldito, de amargura y dolor.

Amor de cabaret, que no es sincero;

amor de cabaret, que se paga con dinero,

amor de cabaret, que poco a poco me mata,

y sin embargo yo quiero, amooor de cabareeet…

            Una ocasión me invitó Andrés El chato Ureña, en un baile dominical, a tocar en su orquesta, donde trabajaba mi hermano Luis, teniendo como variedad al Barítono de ArgelHugo Avendaño. En punto de las nueve de la noche, como cada domingo, abría la jornada fiestera un arreglo de Star dust (Polvo de estrellas) que, como rúbrica característica, se le había encargado a Ivón Méndez y que precisamente –después de una llamativa introducción de la batería-, brillaba un solo de trompeta. Me encantaba escuchar esa señal musical que la ejecutaba El goyo, pero esa noche reforzaba al grupo el propio Maestro Ivón, quien por supuesto le correspondió interpretarlo, sentado junto a mí. Ese fue el primero de mis deleites. El segundo fue  cuando nos pusimos de acuerdo con el cantante sobre el repertorio, una de cuyas melodías era Júrame, de María Greever, que se inicia con un  solo de violín, difícil por sus notas en escala muy aguda. Al no contar nuestra orquesta con ese instrumento de cuerda, se fastidió un poco Don Hugo, pues limitaba su lucimiento, con el cansabido aguite de El chato. Pero entonces Ivón, comprensiva y modestamente, le pidió la partitura y después de escrutarla no más de 5 segundos, se comprometió a ejecutar tan importantes compases. Así fue, el divo pudo deleitar al público con el elenco completo de su espectáculo, gracias a la maestría de nuestro notable instrumentista.

RODOLFO “EL CHINO” MEDINA

“¿Qué le importa al chino Medina “el 4 de julio …?”, diría mi mejor amiga, sobre el reconocimiento oficial que se le brindó, en el reciente Festival Ortiz Tirado, con motivo de sus primeros 50 años en la música.

La expresión denota la indiferencia de una persona sobre temas relevantes, cuando su vida está enfocada 100% a algún menester distinto.

 Es el caso de Rodolfo, quien para dar rienda suelta a su tatuada vocación, se olvidó de una existencia cómoda que da su juventud de clase media y de su inscripción en la intransitable escuela de ingeniería. Época de su mega exigente Director René Delgado –renunciado por eso–  y la única aprobada (siempre con 100) era la Dra. Josefina “Chepina” Ochoa.

También se olvida, “el Chino”, de la crisis económica, de la ocupación de Irak, del calentamiento global, de las precampañas políticas, de la migración, de la delincuencia organizada, de la devaluación del peso, de la corrupción sindical, de Atenco, del conflicto IFE y Televisa y Azteca…

  
 Disco de Rodolfo “Chino” Medina 

El reconocimiento al arreglista hermosillense saca del baúl de mis recuerdos los años estudiantiles.    

Compartí con “el Chino” –con pocos años de diferencia– las lecciones del Director de la Banda de Música, Mayor Isauro Sánchez Pérez –“Mi personaje inolvidable”, a quien su Alma Máter le adeuda un homenaje, similar a los de Emiliana de Zubeldía y Martha Bracho-. El Mayor, quien a pesar de haber sido un relevante clarinetista y Director de la Banda de Zapadores de la SeDeNa, con paciencia franciscana nos enseñaba a arrancar, de cada instrumento –en el caso del “chino” y mío, la trompeta-, las primeras notas que, meses después convertidas en melodías, se ensamblaban y producían un repertorio variado. Jamás se han vuelto a ejecutar en el noroeste, ni se escuchan en la discoteca de Radio UniversidadOberturas Raymond, de A. Thomas;  La torre del oro, de JiménezLa primavera, de Joaquín BeristainMartha y Stradella, de Von FlotowLa princesa de la India, de K. L. KingWilliam TellEl Barbero de SevillaSemíramisLa Gazza Ladra y Una italiana en Argel, de RossiniEl  Rey de los Diamantes, de L. KingOrfeo en los Infiernos y Los cuentos de Hoffman, de OffenbachPoeta y campesinoCaballería ligera y  Fra Diábolo, de Franz Von SuppéTanhauser, de WagnerLa ArlesianaLa Habanera y El Toreador, de la Opera Carmen, de George BizetSansón y Dalila, de Camilo Saint SaensGitanilla, de LacomeMarcha triunfal de Aída, de Verdi, en las coronaciones de reina; Marchas Abelardo L. RodríguezZacatecasViejos camaradasMadelónEl ConquistadorFuentes DávilaLorraine, Anchors Aweigh, The stars and tripes forever, Under the double eagle, El capitán, Washington Post, MarielTrombonium de J. Wintroph, en la que los trombones de vara la ejecutaban al frente; tango Celos, Siboney, Beguine The Beguine, La Leyenda del Beso, La Viuda Alegre, España cañí y 11-81, La Virgen de la Macarena (reto para trompetista); La verbena de la paloma, de Tomás Bretón; arreglos de música como ‘Dos canciones mexicanas’, de Rubén D. Fuentes y ‘Rapsodias mexicanas’ 1 y 2; arreglos del Mayor‘Fantasías  Mexicanas’ Nos. 1 y 2, con trozos de Juan ColoradoLindo Michoacán, La sandunga, Canción mixteca, Dos arbolitos, Juan Colorado, Serían las dos, Cuatro milpas, El quelite, La verdolaga y Adiós mariquita linda.

AUDIO: “El Baile del Diablo-Viva Tepupa” con la Orquesta de Rodolfo “Chino” Medina

Era la Banda de los últimos años de los 50s, que participamos en el primer centenario de la gesta heroica del 6 de abril de 1957, en Caborca y de los 60s, en memorables giras de difusión cultural.

De ella agrupación surgió, para dedicarse a la profesión de trompetista y ahora arreglista, Rodolfo. Se incorpora a orquestas locales como las de Manuelito García y la de Hermanos Ureña. Perfecciona su ejecución en un Conservatorio de la Ciudad de México, incursiona en orquestas como las de Ingeniería, Sonora Santanera, Pablo Beltrán Ruiz, que nos deleitaba en el programa de Sábados Vanart.

En 1961, por influencia de Luis mi hermano (+),  me enrolé en una orquesta formada para competir con Manuelito García, que contaba con los mejores músicos y acaparaba los bailes, el Carta Blanca. Nuestro asiento el Casino Cuahutémoc (el popularísimo y desaparecido “cua cuá”). Estaban de los mejores instrumentistas: El Chino Medina, Marcos Minjárez, Antonio mariachi Gutiérrez, José Supo y yo, trompetas; mi hermano Luis El gordoAlfonso Moreno, Alejandro El cachas Minjáres (+) y Juan de Dios Alegría Mayboca, trombones; René Rivera, Catarino chacho Vásquez, Marianito Valdéz e Ignacio El Nacho Galindo Barajas(+), Agustín zorrillo Barajas, saxofones contraltos; Ángel Valdez, Armando Noriega, Guillermo El memo Minjáres y José Pepe Tánori (+), Saxofones tenores; y Antonio El toño Ureña, como saxofón barítono; Tomás Don Tomy López (+), Contrabajo; José Tánori y Moisés El cuate Solano, guitarra; y Arnulfo El cuta Miranda (+), baterista y caimán. El repertorio variado y rítmico, en tandas de tres melodías movidas (Mambos, cha cha chás, merengues, Sones o danzones y corriditas, arreglos de Pablo Beltrán Ruiz, Dámaso Perez Prado, Carlos Campos, Chucho Zarzoza, Salvador Rangel y de nuestro Ivón Mendez(+)), para cerrar con un bolero de contoneo cachondo. ¿Cómo olvidar? a Mambos 5 y 8Pelotero la bola, Torrente, Moliendo cafeY, La paloma, Óyeme cachita, Palillos chinos, La mancornadora, El manicero, Guaglione, Perfidia, Tequila, Muchacha, Juárez, Nereidas, Sábado en Tijuana, Patricia, La burbuja, México, Ruedas, Merecumbé Ay cosita linda, Al di lá, Pepe, Musita, La boa, El yerberito, Recuerdos de Ipacarahí … y tantísimas favoritas y de época tan intensa cuan irrepetible. Solíamos cerrar los bailes con el clásico bolero que hizo famoso María Luisa LandínAmor perdido.

 

La orquesta, víctima de rivalidades de estrellas, incapaces de tocar en equipo, se desintegró. Manuel García recuperó músicos y el monopolio del mercado. Cada uno tomó su camino. Algunos nos integramos a una orquesta más modesta caimaniada por el trompetista El negro Gracia (lo llamábamos ¡El negro desgracia!) y nos quedamos en el Cuahutémoc, tocando algunos meses de 1962.

El repertorio era menos exigente y recuerdo piezas que repetíamos: Elsy Mambo, La Dama de España  y la corridita Saboreaste tu la miel de mi primer amor.

AUDIO: “La Barca de Guaymas” con la Orquesta de Rodolfo “Chino” Medina

Al retiro del Mayor de la Universidad, Rodolfo asume la dirección de la Banda, que –menguada, por culpa de las autoridades-, la trasmite al actual  Horacio Lagarda.

El “Chino” forma su Orquesta de los 18, pero era ya la época de los conjuntos. En la Casa de la Cultura, 1983, apoyo su orquesta, enviándola a audiciones a municipios y les doto de un minibús que bauticé “Mayor Isauro Sanchez Pérez”, que aún circula.

20 años después ha arreglado decenas de melodías y grabado CDs, ameniza los miércoles musicales en plazas públicas y conduce el programa sabatino Música maestro, en Radio Sonora.

Merecido reconocimiento.

¿Qué le importa al “Chino” lo demás, si alegra nuestra existencia?

MAYOR ISAURO SÁNCHEZ PÉREZ

Breve Ensayo

         El pasado viernes 17 nos deleitamos con una audición especial de la Banda de Música del Estado, que dirige el Prof. Manuel de la Rosa, que por primera vez desde 1970 ejecutó un programa con música mexicana, oberturas, marchas, intemezzos, arreglos del Mayor Isauro E. Sánchez Pérez. Un día antes se cumplieron 37 años de su fallecimiento.

         ¡Cómo se estremeció nuestro corazón al escuchar, con una Banda de medio centenar de veteranos ejecutantes, los mismos compases que, con mano suave, nos dirigió el Mayor en ensayos y audiciones a imberbes y soñadores estudiantes…!

  
 Mayor Isauro Sánchez Pérez 

          Nos transportamos al pasado con la Marcha El padre de la victoriaFantasía Mexicana No 2 (La mancornadora, La sandunga, Juan Colorado, Oaxaqueña, Adelita), La leyenda del besoMarcha MadelónObertura Fra DiávoloObertura Caballería LigeraMarcha Viejos camaradasTrombonium y Marcha El conquistador

         En especial el intemezzo Trombonium, de J. Wintroph, que jamás se había vuelto a escuchar, y evocar a mi hermano Luis (+), Jorge Ontiveros (+), Antonio Varela y Juan de Dios Alegría Mayboca ejecutarlo al frente, de memoria, ¿cómo no emocionarme?

         Estos y otros arreglos deberán de ser, paulatinamente, copiados y preparados para ser parte del repertorio de las Bandas de la Universidad, la del Estado, la de San Luis R. C. y ¿por qué no? de las Bandas que los soliciten,… Es el mejor homenaje cotidiano.      

         Insisto, la Universidad de Sonora ha cometido una grave injusticia con su recuerdo y urge repararlo.

         ¿Por qué?

          Si alguna etapa de la Universidad fue pródiga en maestros caracterizados, más por su tesón, modestia y cariño por su profesión, que por sus grados, es la de sus primeras décadas, de 1942 a los sesenta.

          Si alguna virtud es capaz de trascender a su muerte, es la recordar su memoria.

          Y si la referencia a alguno, entre la pléyade del sur, cuyos nombres –y sobrenombres– se agolpan en la memoria de aquella Universidad incipiente, romántica e irrepetible, nos obliga a evocarla con gratitud, es la de este pundonoroso militar Oaxaqueño.

         Para quienes tuvimos el privilegio de ser sus discípulos en la Banda de Música, su imborrable huella conjuga vivencias y aprendizajes: su franciscana paciencia para enseñar los rudimentos de los instrumentos al aprendiz, hasta nuestra inclusión en la ‘Banda Grande’; la escrituración de las partituras; sus consejos contra los vicios; su exigencia en la ejecución y el contagiante júbilo después del aplauso, en una sonrisa y el puño en lo semialto.

         El Teatro Zubeldía y los auditorios en el Estado son testigos de ceremonias e invitados cada 6 de abril en Caborca, el 1 de Junio en Guaymas, el día del ferrocarrilero en Empalme, las fiestas del cobre en Cananea, entre muchas giras de promoción y difusión cultural.

         El repertorio era variado: a manera de ejemplo, Oberturas Raymond, de A. Thomas;  La torre del oro, de Jiménez; La primavera, de Joaquín Beristain; Martha y Stradella, de Von Flotow; La princesa de la India, de K. L. King; William Tell, El Barbero de Sevilla, Semíramis, La Gazza Ladra y Una italiana en Argel,  de Rossini; El   Rey de los Diamantes, de L. King; Orfeo en los Infiernos y Los cuentos de Hoffman, de Offenbach; Poeta y campesino, Caballería ligera y  Fra Diábolo, de Franz Von Suppé; Tanhauser, de Wagner; Arias La Arlesiana, La Habanera y El Toreador, de la Opera Carmen, de George Bizet; Sansón y Dalila, de Camilo Saint Saens; Gitanilla, de Lacome; Molinos de viento, de P. Luna; Marcha triunfal de Aída, de Verdi, en las coronaciones de Reyna; Marchas como Abelardo L. Rodríguez, Zacatecas, Viejos camaradas, Madelón, El Conquistador, Fuentes Dávila, Lorraine, Anchors Aweigh, The stars and tripes forever, Under the double eagle, El capitán, Washington Post; la Brillante Trombonium de J. Wintroph -los cuatro trombones de vara la ejecutaban imponentemente al frente como solistas-; el tango Celos, Siboney, Beguine The Beguine, La Leyenda del Beso, La Viuda Alegre, Pasos dobles España cañí y 11-81, La Virgen de la Macarena (reto y orgullo para cualquier trompetista); La verbena de la paloma, de Tomás Bretón; arreglos de música popular ‘Dos canciones mexicanas’, de Rubén D. Fuentes y ‘Rapsodias mexicanas’ 1 y 2; o arreglos del Mayor, ‘Fantasías  Mexicanas’ Nos. 1 y 2, con trozos de Juan Colorado, Lindo Michoacán, La sandunga, Canción mixteca, Dos arbolitos, Juan Colorado, Serían las dos, Cuatro milpas, El quelite, La verdolaga y Adiós mariquita linda.  Existen tres -cuando menos las que poseo como invaluable e íntimo tesoro- grabaciones con pocos recursos técnicos en los estudios de Radio Universidad y en el atrio de la Escuela de Altos Estudios (antes Secundaria, una de las sedes en nuestra diáspora constante): el Ballet Silvia, de Leo Delibes, y de los Himnos Universitario y Nacional. Con ejecución difícilmente superable, por adolescentes y jóvenes de 12 a 22 años de edad.

 

         Pero quisiera relatar cómo fue mi primer contacto, el mismo primer día de clases en la Escuela Secundaria, con uno de los Maestros –con mayúsculas y quien llena rebosante aquel título de Mi personaje inolvidable, de la Revista Reader’s Digest– que mejor marcaron, para siempre, muchos de los rasgos más positivos de mi carácter.

             En Septiembre de 1956, a los once años de edad, saliendo de las primeras clases, al filo del mediodía, cuando habían finalizado las actividades de la mañana, esperé ansioso a mi hermano Luis por fuera del edificio de la Escuela –costado sur de la Rectoría-, para que me llevara a presentar con el Mayor. Así fue: me condujo personalmente a saludar a su Maestro de música y Director de la Banda universitaria, al final poniente del pasillo norte de la Escuela, en un pequeño cuarto de servicio, pero que se utilizaba para oficina y depósito de los más variados instrumentos y archivos de partituras musicales.

             De pronto me vi ante un ya maduro profesor, vestido con sencillez, de estatura regular, moreno, de lentes, de cabello medio corto y entrecanecido, sentado en un escritorio rodeado de estuches negros, tambores, cornetas (también era Director de la Banda de guerra), batería, saxores, bajos y tubas. Mi timidez, producto de mi natural excitación y tierna edad, se neutralizaba por la expresión del gusto del militar retirado de saludar, después de las vacaciones de verano, a su ya conocido, travieso y gordito  discípulo Luis, el precoz trombonista. Además, le traía a presentar a un nuevo candidato, hermano menor suyo y deseosísimo de seguir la vocación del vástago mayor. (Por cierto esta fue una de las mejores formas de ingreso y pertenencia a la Banda, al grado que la mayoría éramos hermanos o primos, como nosotros mismos: Luis, yo, Mario y Josefina; los Curiel Jacobo, Valencia Franco, Melo, Yeomans, Corona, Alegría, Saldate, Negrete).

             El profesor de música vio con detenimiento el grueso de mis labios, buscó en los anaqueles un estuche negro de madera, un poco empolvado –después de las vacaciones-, sacó  una trompeta, enceitó con cuidado los émbolos y me la puso en las manos. Era para mí como un sueño que se estaba haciendo realidad; y ayudándome a  sujetar correctamente con mi mano izquierda el metálico y frío instrumento y a maniobrar con la derecha los tres pistones de la parte superior, me colocó debidamente la boquilla en mis labios, es decir un tercio en el superior y los otros dos en el inferior. Después, me indicó cómo tomar aire suficiente y soplarlo, semejando que decía – … ptuuu… ptuuu…, -, hasta conseguir una nota mantenida, por lo general un do o un sol.

                   Concluida la primera sesión inicial, Luis y yo nos fuimos a la casa. Con la nueva etapa de mi vida que principiaba con la educación secundaria, se iniciaba otra igual, o quizás más importante, como lo fue mi cultura artística musical; y con ella, todo un buen gusto y carácter, pero con la fortuna adicional de contar con un Maestro y Mayor retirado del Ejército, con una impecable hoja de servicios, que reunía, en un cuerpo moreno y  sencillo, un alma y un espíritu muy pocas veces conciliados y al alcance de quien quisiera abrevar en sus sabias, silenciosas y ejemplares enseñanzas.

De prisa compañeros,

mirad que tarde está

            Por cierto, cada fin de cursos, de común acuerdo Emiliana y Don Isauro, organizaban un concurso de coros con todos los grupos del ciclo, en el Auditorio  del Museo y Biblioteca, teniendo como público a la propia y bulliciosa población estudiantil. El tema –único para todos los conjuntos– era un Canon a capella español, con ritmo de alegretto, cuya entonación sucesiva de la misma estrofa y que, bien cantada, se oía muy bonito, llamado

DE PRISA COMPAÑEROS

De prisa compañeros,

mirad qué tarde está,

de prisa, de prisa,

que no llegamos ya,

La lá,

la lá,

La lá,

la  lá.

De prisa compañeros,

mirad qué tarde está,

de prisa, de prisa,

que no llegamos ya,

La lá,

la lá,

La lá, la láaaaaa.

            El hecho –o espectáculo, podría muy bien decirse– de ver y escuchar  a mozalbetes de un promedio de 13 años, la mayoría aguerridísimos y algunos francamente vagos y hasta balas pedidas –aparentemente negados, además, al virtuoso arte de la música-; que todavía debían de formarse, entonar y seguir el enérgico ritmo del compás marcado por los dos Maestros; y, por si lo anterior fuera poco, “parecerse, lo más posible, al mundialmente famoso Coro de los niños de Viena o, al menos, a Los niños cantores de Morelia”, nos da la medida del enorme mérito de los dos legendarios pedagogos.

             Era como arrancar el Vals El Danubio Azul, a los peñones del cerro de la campana,…. ¡y lo  arrancaban!

         El primer centenario del 6 de abril de 1957, en Caborca. Por supuesto que los pasajes más dignos de esos años están ligados a los estudios voluntarios de música en la Banda. Además del atractivo de obtener automáticamente 100 en la asignatura, la exención en Educación física y una beca de dispensa de pago de los $320.00 pesos anuales de colegiatura, además de la entrega de  otra suma que empezó siendo de $20.00 y que aumentó a $50.00 pesos mensuales (con los que nos atracábamos de tacos de la hoy vedada cahuama en La tropiconga, estableciendo el récord de ¡20! Gastón León Méndez).

 

         La cotidiana pedagogía del Mayor era aderezada por el sano y melódico bullicio de los compañeros aprendices y de los veteranos que ya formaban parte de la Banda, con la obligación, pero también el derecho, de participar en las audiciones y en las giras por pueblos y Municipios del Estado.

            Las enseñanzas del Mayor no estaban exentas de ironía: una ocasión que estábamos ensayando alrededor del Maestro, llegó un despistado alumno de un pueblo –en el que seguramente tocaba en la orquesta del lugar– y le pidió al Mayor ingresar a nuestra Banda. El Mayor le preguntó qué instrumento tocaba y el muchacho, con toda inocencia, le contestó: “todos, Mayor”. Entonces el Mayor se levantó de su silla, como despedido por un resorte, y nos dijo: “Chicuuus, vámonos todos a nuestras casas. Este señor toca ¡todos los instrumentooooos!” El jovenzuelo, sorprendido de su propia imprudencia, lleno de vergüenza se retiró, cuan serrano era.

         ¡Qué locos de contentos regresábamos a casa, a la hora de la comida, después de los ensayos, silvando, siempre, la tonadilla practicada en cada jornada, ya fuera El barbero de Sevilla, de Rossinni,  Carmen de Bizet o La Barcarola de Los Cuentos de Hoffman de Offenbach!

El Lic. Arturo Valenzuela Calderón relata:

         “En 1956, en un intercambio entre las Universidades de Sonora y Arizona, y previa invitación, recibimos a su Banda de Música, que arribó en tres autobuses. Nuestra Banda los recibió en el Hotel San Alberto. Al hacer ellos su arribo al hotel, nosotros, uniformados, les tocamos el Himno de EU y después una Fantasía Mexicana, arreglo del Mayor. Se quedaron impresionados con la calidad de nuestra ejecución, pues no pensaban que un número tan pequeño -27 adolescentes- lo hicieran con tal delicadeza. Su Director se acercó al Mayor y a cada uno, y nos felicitó personalmente.

         “Su exhibición se llevó a cabo en el Estadio Fernando M. Ortiz, e hicieron sus característicos giros, formando diversas figuras, principalmente de la cultura folclórica de Arizona.”

Aquellas giras culturales

         Mi primera gira artística estudiantil, ya integrado a la Banda grande –después de demostrar, a manera de examen, que era capaz de ejecutar los Himnos Universitarios y  Nacional, en tono de Re mayor-, fue a Caborca, en los fastuosos actos cívicos organizados, por el Gobierno del Estado y el H. Ayuntamiento, para celebrar dignamente el primer centenario de la gesta heroica del 6 de abril de 1857. En el pequeño camión conducido por un simpático y regordete chofer, alumno de Agricultura, que le decíamos El Tonina Elías.

            El viaje –como todas las giras de extensión universitaria– se nos fue entonando canciones en coro, como aquella dialogada y famosa de Tin Tán y su carnal Marcelo.

PALOMA BLANCA

Paloma blanca,

(blanca paloma,)

quién tuviera tus alas,

(tus alas quién tuviera,)

para volar,

(y volar para)

donde están mis amores,

(mis amores dónde están.)

Tómale y llévale,

(llévale y tómale,)

este ramo de flores,

(de flores este ramo,)

para que se acuerde de este pobre corazón.

Tuve un amor,

(un amor tuve,)

lo quise y lo quiero,

(lo quiero y lo quise,)

porque era fino,

(porque fino era,)

fino como un diamante,

(como un diamante fino.)

Tómale y llévale,

(llévale y tómale,)

esta copa de vino,

(de vino esta copa,)

para que se acuerde de este pobre corazón.

            Nos acompañó el Prof. Aureliano Corral DelgadoCorralitos, muy adaptado a la raza y con sus características simplezas.

         El ambiente festivo se enriquecía con las típicas charras, el mismo Mayor ponía el ejemplo  y luego otros con gracia para contarlas, como aquella simplona de Francisco Javier Valencia Franco, de un cazador que le dispara con su rifle 22 a una víbora de cascabel y le destruye su característica cola, para que luego la serpiente subiera a una rama para cantar, con sabor jarocho:

Yo tenía mi cascabel

con una cinta morada,

con una cinta morada

¡ yo tenía mi cascabel !

 

         Valencia fue objeto, por cierto, de un choteo permanente, cuando en la ocasión en que tuvo su debut y despedida con un pequeño papel en una obra de teatro,  en el cual su única intervención era salir a escena a decir: ¡aquí están las velas! La frase la ensayó durante largos meses, pero el día del estreno, con la Banda de música en primera y picarísima fila, se turbó y con todo aplomo inconsciente dijo, a voz en cuelllo: ¡aquí están las bolas!

            Nosotros encabezamos el desfile cívico y militar por la calle principal de la ciudad, rematándolo en el Templo histórico, lugar preciso donde, según la crónica, se desarrolló la defensa de la soberanía nacional ante el arrojo ambicioso e intervencionista de un puñado de filibusteros norteamericanos, encabezados por Henry J. Crabb. (El episodio lo difunde y relata,  acuciosamente, mi fino amigo y escritor Juan Antonio Ruibal Corella, en su libro “Y Caborca se cubrió de gloria”, a título de lo cual el H. Ayuntamiento de esa población acordó inmortalizar – merecidamente- su nombre, al asignárselo a la calle en donde se erige el citado templo.) También participamos en la ceremonia solemne, frente al Templo, interpretando la Obertura Fra Diábolo, de Franz Von Suppé. El orador principal del acto, fue el Lic. César Tapia Quijada, a quien le escuchamos una conceptuosa y elocuente pieza.

         Las giras, que organizaba el Departamento de extensión universitaria -coordinados sucesivamente por Arístides Pratts, Gilberto Gutiérrez Quiróz, Francisco Freaner Figueroa, Santiago Cota de la Torre (+), Raul Aubry Lemarroy y Alberto Armenta Jackes (+), apoyados diligentemente por Eutimio Armenta-, eran interdisciplinarias, pues combinábamos nuestras audiciones con la participación de grupos deportivos, de danza, de teatro, el Coro, exposiciones de pintura, oradores como Alfonso Avila Salazar y declamadores como Francisco Freaner Figueroa y sus infaltables El sembrador, La chacha micáila  y Por qué me quité del vicio, entre las poesías vernáculas de moda; pero también Alma Parens, del Vate Leopoldo Ramos, declamada por primera vez por su autor en el acto de la colocación de la primera piedra de nuestra Universidad, el 12 de octubre de 1941.

“Ese maestro vale lo que pesa en oro”

         Nunca olvidaré la única ocasión en que, en una presentación que tuvimos en el Auditorio del Museo y Biblioteca, vi reunidos, por unos segundos, al Mayor y a mi Papá: había terminado la ceremonia y mi padre había estado en ella y escuchado – seguramente henchido de orgullo, como yo mismo me sentiría– nuestras intervenciones, que siempre eran una Obertura, una o dos melodías y, para finalizar, los Himno Nacional o Universitario.

             Ya para retirarnos del Auditorio, Don Odón, mi padre, estaba en la puerta izquierda –mirando de salida– esperándonos para llevarnos a casa; y al pasar el Mayor por enfrente de nosotros  y saludarse, mi papá nos dijo:

            – “Este Maestro vale lo que pesa en oro ”.

             Mi papá sabía lo que decía, ya que él mismo había sido clarinetista de  niño en su pueblito zacatecano, como una vez nos lo demostró cuando un compañero, Roberto Domínguez Miranda, llevó uno de esos instrumentos  a la casa y mi Padre se puso a ejecutar –pero por supuesto-: ¡La Marcha  Zacatecas!

            Son muchas las vivencias anidadas en la Banda de música, pero algunas otras son dignas de mencionarse, como nuestra intervención en eventos que a la postre constituyeron verdaderas efemérides. Tales fueron los casos de nuestra participación en la Feria Sonora en marcha, en el campus de la Universidad; la  inauguración del primer Gimnasio de la Universidad, en 1959; la inauguración del monumento a la madre, un 10 de mayo, del escultor español Ignacio Asúnsulo, en la Plaza hoy Emiliana de Zubeldía y después cambiada a  otra  plaza  al  norte  de  la  ciudad, cuya placa inmortalizó el pensamiento de un concurso escolar: “Madre: eterno y sagrado amor”; el  maratón  de alumnos universitarios –organizado por, entre otros, el locutor de la XEDL y alumno de Derecho, Ramiro Oquita y Meléndrez-, para reunir fondos y crear Radio Universidad; la inauguración de esta importante estación cultural, así como después la inauguración del actual Canal 8 de televisión.

           Nuestras madres nunca olvidarán el acelerado palpitar de sus corazones, lo chinito de su piel y las lágrimas en su almohada cuando escuchaban, en la madrugada de cada día de las madres, nuestras serenatas, cuyo tierno repertorio era Serenata mexicana, Las mañanitas, Valses Recuerdo, Tu mirada, Club verde, Viva mi desgracia y una despedida, melodías todas con arreglo del Mayor.

El homenaje al compositor don Silvestre Rodríguez

         El Auditorio del Museo y Biblioteca fue el recinto en el que más y mejor lucían nuestras audiciones, por su acústica, a pesar del estrecho foso, espacio semicircular entre la primera fila de butacas y el escenario. Ahí fue otro de los eventos culturales más emotivos para el mundo artístico de entonces: el homenaje al compositor sonorense, autor –entre muchas otras composiciones– del  Himno a Jesús GarcíaDon Silvestre Rodríguez Olivares.

            El programa fue amenizado por el Coro dirigido por Emiliana de Zubeldía y nuestra Banda de música. Emiliana dirigió, con su precioso arreglo propio de A la orilla de un palmar.

             Constituyó, por cierto, la única ocasión en que vi al Mayor portando una preciosa batuta de plata, misma que caballerosamente se la cedió –en el momento de  dar inicio al acto apoteótico de la ceremonia– al ya venerable y legendario músico sonorense, cuando nos dirigió, sin ningún ensayo, el alegre Fox-trot El costeño, de su inspiración.   

            Quién sabe quién de los afortunados asistentes a tan privilegiado evento se sintió más orgulloso durante y a la terminación de la ejecución de la pieza musical y de la ceremonia misma. Pero yo, cuando menos, sentí un palpitar especial en mi pecho, aún nuevecito, al poner mi granito de arena musical para un regalo muy  merecido a un sencillo ser humano, cuando ya le edad se le había venido encima.

            Al poco tiempo –para decirlo con las palabras de Atahualpa Yupanki– , “a su corazón cansado, se le acabó su compás.”

            En el Museo de Historia de la Universidad, celosa y meritoriamente dirigido por el Maestro y escritor Leo Sandoval, se exhiben algunos objetos personales de Don Silvestre y creo que la medalla que le fue impuesta en el homenaje a que me refiero.

La virgen de la macarena

         Todos los instrumentos musicales tienen una o más melodías en los que, sus autores, los concibieron para su lucimiento como solistas. La trompeta no es la excepción y grandes compositores han escrito Conciertos, como Hadyn, Hummel, Vivaldi, entre otros, cuya ejecución ha hecho famosos a trompetistas como Rafael Méndez y Maurice André, de los más conocidos. Al lado de esas obras sinfónicas, existen otras piezas clásicas, una de las más conocidas es La Virgen de la Macarena.

            El Mayor decidía el repertorio para las siguientes presentaciones, procurando  el necesario balance, pensando en nuestra capacidad de ejecución y en el gusto del público en cada ocasión, tan diferentes una de otra; y cada nueva partitura era una emoción y reto especial. Pero para los trompetistas de la  Banda –y para los demás integrantes que eran el imprescindible acompañamiento de fondo– el orgullo más grande era que se nos confiara ejecutar ese Paso doble tan característico de las corridas de toros. Eso fue lo que nos ocurrió a Manuel de Jesús Vega Pompa –hoy Médico en Baja California– y a mí (únicos a los que recuerdo habernos estimulado con tan alta encomienda, en los doce años en que formé parte del grupo), en las veces que el Maestro nos honraba con ejecutarlo de memoria, de pie, al frente de la Banda y del público. Recuerdo haberla interpretado algunas ocasiones, unas de ellas en Mexicali, Caborca y Hermosillo.

            Esta evocadora composición me había cautivado desde que una vez en que, antes de mi ingreso a la Banda, Luis me llevó a una audición que brindó una Banda de Música venida de fuera, interpretándola un niño de escasos doce años, en el monumento a Benito Juárez, en el  Jardín que lleva su nombre. Más todavía me fascinó cuando escuché la versión que grabó el genial tompetista michoacano –radicado hasta su muerte en Los Angeles, California, Estados Unidos-, Rafael Méndez, luminaria de la Música mundial quien, aún sin el acompañamiento de orquesta sinfónica y en un rústico acetato de los años cincuenta, sin los adelantos tecnológicos posteriores, nos la legó, junto a un repertorio que incluyó arreglos personales y que constituye un verdadero obsequio de los Dioses.

¿Mayor,… guero peñúñuri,… qué pasó…?

         Mi paso por la Banda es una rica veta de otras experiencias no poco chuscas: como cuando una vez que tuvimos un compromiso en el monumento a Hidalgo (después trasladado a la actual plaza Hidalgo, al costado sur de la ex Academia Comercial Enrique García Sanchez), en la antigua placita ubicada en la avenida que aún lleva su nombre, frente a donde están ahora el Colegio Sonorense de Notarios, la Sección 54 del Sindicato de Maestros, el Instituto Sonorense de Cultura, El Colegio de Sonora y Radio Sonora. El monumento, con el frente hacia el poniente, estaba en un hermoso pedestal, con cuatro escalones, dos columnas jónicas, al frente un escudo de armas.

         La tradicional ceremonia cívica se efectuó muy temprano en esa mañana del 16 de septiembre, con la asistencia del Gobernador del Estado, Don Álvaro Obregón Tapia, representantes de los otros dos Poderes y demás autoridades civiles y militares.

            Nosotros iniciamos la solemne velada cívica con la Obertura Orfeo en los infiernos, de Offenbach. Ya a la mitad de la interpretación y rompiendo el grave silencio del respetuoso público asistente, escuchamos el chirriar de  llantas de un viejo taxi que venía del poniente, a unos cuantos pasos de donde estábamos las trompetas y de él descendió: …Edgardo El güero Peñuñuri, trompetista de la vieja guardia, quien se había quedado dormido y que, ante el pavor que tuvo (como lo teníamos todos) de incumplir o de no estar a tiempo a un servicio, optó por llegar tarde pero volando y robando cámara de autoridades y público. Pero también se ganó nuestro desconcierto y sobre todo unas miradas, de esas que matan, de parte del Mayor, con las cuales –sin dejar de dirigir-, lo conminaba, con ligeros movimientos de cabeza, para que no se sentara ni interrumpiera la sobria ejecución. Pero El güero sólo traía, en su cerebrito, la obsesión de quedar bien (según él) e incorporarse a media ejecución. Arrastró como rayo una silla, de algún lugar; la colocó con calzador y como pudo entre las de nosotros, se arremolinó, jaló mi atril frente a él, sacó su instrumento del estuche y se dispuso a localizar, en la partitura, el compás en el que íbamos; pero… como toda esta rutina –natural en situaciones normales– la hacía a una velocidad supersónica y boqueando agitadísimo, a las primeras notas que alcanzó a soplar en la trompeta,… se le terminó el escasísimo aire que tenía reservado en sus pulmones y entonces:

            -¡Zás, cuataplum, cuás, trunk, crash….!-¡cayó desmayado, cuan largo, pelirrojo y fosforescente era! Acabó de regar todo el tepache y cerrando, así, con broche de cobre, su desafortunado arribo a un lugar al que nunca, jamás, ¡never! debió de haber decidido presentarse.

            Desde entonces, cada vez que veo la estatua del Padre de la Patria en su nueva plaza, tengo la impresión de que, a raíz de ese irrepetible incidente juvenil, se produjo su ligera inclinación de cabeza hacia abajo y su mirada sorprendidamente comprensiva, como preguntando:

            – “Mayor,… Edgardo, ¿… qué pasó, pues ?”

            Lo anterior no evitó que Edgardo –quien después estudiara algunos años de Derecho y  la carrera de Altos Estudios, actuara en numerosas obras de teatro en la Academia de Alberto Estrella, participara en alguna película sobre la vida de Agustín Lara en la Ciudad de México y, finalmente, se dedicara a la enseñanza de Música (tocaba aceptablemente el piano) y Literatura en escuelas medias y hoy jubilado-, siguiera siendo el mismo güero Peñuñuri de siempre: el desinhibido muchacho quien ya había perdido una trompeta, que por cierto la tocaba mientras tenía la boca llena de galletas de animalitos; quien una vez que  alguien gritara, después de un ensayo de la banda: ¡pamba al mejor trompetaaa…!, presuntuoso y engreído, creyéndose aludido, salió corriendo de la secundaria, como alma que lleva el diablo;  quien, para dar gusto a la palomilla que se reunía en el puesto de Don Monchi, situado afuera de la Secundaria, frente a la puerta de las canchas de voli y basquetbol, a comer tortas, sodas y chuchulucos, a la más mínima y carneadora insinuación de la raza amarga y urgida de sacar curas y carrilla de todo, tomara su trompeta y se pusiera a interpretar Misty. Un extraño en el paraíso y otros melosos Blues de la época,  imitando a los famosos trompetistas norteamericanos Ray Anthony y Harry James; o quien alguna vez Arturo Valenzuela Calderón, El papi, uno de los ejecutantes de Tuba, lo sorprendió a la entrada de la Secundaria cuando estaba contoneándose sensualmente con su trompeta, apantallando a las alumnas que pasaban o descansaban y suspiraban en el jardín exterior, pero simulando él que la estaba tocando porque, en realidad, las melodías favoritas de la época provenían de la trompeta de Arnulfo Monteros Quintay, quien humildemente se encontraba soplando por dentro del edificio.

             Sea lo que fuere, Edgardo en vivo o en play back, amenizaba  las campañas de proselitismo que, muy cerca de ahí y  regalando naranjas partidas, con sal y chile y paletas heladas  del carrito de Don Canti, realizaba para la Presidencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Sonora, la FEUS, Antonio Toño Sanchez Rodarte, ejecutante del Bombo de la Banda de Música.

 
 Mayor Isauro Sánchez y familia 

Adiós mariquita linda, para el presidente Adolfo López Mateos

         Para una ocasión singular con motivo de su visita, el 12 de noviembre de 1964, dentro de la confesada precampaña para la gubernatura del Estado del Rector Luis Encinas Johnson, nos preparamos especialmente. Se nos había dicho que una de las canciones favoritas del Presidente era Adiós mariquita linda, por lo que el Mayor – que era especialista en ello-, hizo un bonito arreglo, dejando la melodía principal a un dúo de trompetas. La Banda siguió su programa por las recintos contemplados en la agenda de Estado Mayor Presidencial, que incluyó un acto especial en el Auditorio del Museo y Biblioteca. A su arribo a este último lugar, lo recibimos con la ejecución de la pieza tan ensayada Adiós mariquita linda.

         Al identificarla –a pesar del paso veloz de la comitiva-, nos correspondió con un par de segundos de atención, un gesto de aprobación y con  una de sus amables  y cautivadoras sonrisas, dignas del popular Jefe de Estado que fue.

            Después, las inauguraciones de los edificios de Contabilidad y Administración y Derecho (donde está ahora Economía) y del ala poniente del Estadio olímpico Miguel Castro Servín, disfrutando de una exhibición del equipo nacional mexicano que competiría en las Olimpíadas de Roma.

Los cinco segundos, en la película catch 22

         Ya egresado de la Universidad y graduado de Abogado, recibía invitaciones del Mayor, al través de mis hermanos menores Mario y Josefina –quienes para entonces habían seguido la tradición familiar y tocaban el saxofón tenor y el clarinete, respectivamente, en la Banda de Música-, para reforzarlos en audiciones o giras especiales, pues  dominaba casi todo el repertorio.

             Una de esas ocasiones no sólo particulares sino históricas, fue cuando el Rector Federico Sotelo Ortíz recibió la petición de la Compañía cinematográfica Paramount Pictures, que filmaba, en la playa Los algodones, de San Carlos Nuevo Guaymas, la película Catch 22 (Trampa 22). Basada en una novela de Joseph Heller, la trama fue concebida en la pequeña isla de Pianosa, en el mar Mediterráneo, a doce kilómetros al sur de la isla de Elba. La acción se desarrolla durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial y se centra en una escuadrilla americana de bombarderos. El Coronel Cathcart, jefe de la escuadrilla, ambiciona ser ascendido a General y para ello no encuentra mejor medio que el de proponer a sus hombres para realizar todas las misiones peligrosas. La evolución psicológica del piloto Yosarian refleja la intención del autor, aguda crítica de un patriotismo mal entendido, que exige sacrificios inadmisibles.

             Actuaban, entre otros, Orson Welles, Anthony Perkins, Alan Arkin y Paula Prentis. Se trataba de conformar una Banda de música grande, por lo que se optó por integrarla invitando también a la Banda Municipal de Hermosillo. Cualquiera podrá imaginar lo que nos sentíamos los de ambas Bandas, al ser tomados en cuenta para tan serio compromiso, pudiendo los productores traer, desde el mismo Hollywood, una Banda sinfónica de las mejores del mundo. (Claro que no sabíamos todavía las razones e intenciones, que relataré más adelante.)

             El caso es que fuimos trasladados en el autobús de la Universidad a Guaymas, instalados en un hotelito de regular categoría, donde inclusive, celosos de nuestro compromiso y para deleite de los turistas americanos clasemedieros que allí se hospedaban, después de los diarios y exhaustivos ensayos de desfile y de ejecución  de la Marcha The stars and stripes for ever (Barras y estrellas), del más famoso conductor de Bandas americano de fines del siglo pasado, John Philiph Sousa, todavía el Mayor nos ponía a ensayar otras piezas, para tener la embocadura de (y para una) película.

            La experiencia consistió en pasar más o menos una semana de ir y venir, diariamente por las mañanas, al set de la filmación en la playa Los algodones de la Bahía de San Carlos, una bien simulada Base aérea, de los países aliados, en un  puerto italiano durante la segunda guerra mundial, con cañones antiaéreos camuflados, incluyendo una pista de aterrizaje con una pila de aviones y bombarderos, que era una deliciosa evocación visual de nuestra infancia, llena de lecturas de Frentes de guerra, de El halcón negro y del programa televisivo Combate, estelarizada por Vic Morrow y su palabra favorita: ¡Andando …..! Todo dentro de la silenciosa invasión cultural del norte, que  recibimos desde la edad más temprana.

            Pero cuando los asistentes del Director del film, después de repartirnos los uniformes de caqui y cascos militares, nos explicaron de qué se trataba nuestra participación, nos sentimos bien ahuitados: resulta que la gran Banda ciertamente tomaría parte en una escena de condecoración final de la película, encabezando un desfile de cientos de soldados (en realidad extras de Empalme, Guaymas, ejidatarios y desempleados de los alrededores, que tenían meses practicando, únicamente, el un-dos, un-dos,…), a lo largo de la pista aérea, filmada desde un helicóptero. Pero como Director de la Banda y encabezando el majestuoso desfile, ya en la película, no participarían ninguno de nuestros dos Directores, el Mayor ni el Profesor Ignacio M. Bribiesca, de la Municipal (por cierto  Director fundador de nuestra Banda). La híbrida Banda fue encabezada por un actor anglosajón, alto, robusto, altivo, lleno su pecho de pelo y condecoraciones, de kepí con su penacho y portando en su mano derecha –que balanceaba fachosamente  hacia  arriba y hacia abajo, con el ritmo marcial– un gran bastón forrado de listones multicolores. Entendimos, sin aceptarlo moralmente, que las razones eran, por una parte, la tercera edad de ambos y, por otra –sobre todo  en  el caso de  nuestro Mayor-, su pinta de indígena  zapoteca puro, que seguramente rebotaba con el script cinematográfico.

            Tengo grabada la imagen de su rostro triste y semilloroso, pegado a la malla que separaba, las áreas de servicio, de la locación de filmaciones, viéndonos a sus muchachos disponerse a las grabaciones de una de las repetidas escenas, pero suplantado por una persona ajena y sin ningun mérito. ¡Y cómo no iba a estar triste, si era la primera y única vez en la vida que su Banda, sus discípulos, tocarían sin la conducción de su mano firme,  morena y paternal!

              A pesar de tal discriminación, Don Isauro –con el respetuoso acuerdo del Profesor Bribiesca, quien reconoció siempre la superior calidad artística y pedagógica de su colega-, fue el responsable de dirigir las sesiones de ensayo de cerca de sesenta músicos de todas las edades, hasta lograr una ejecución aceptable, antes de cada una de las decenas de filmaciones tomadas por el helicóptero.

             Una de tantas ocasiones que estábamos ensayando la dichosa Marcha, los técnicos nos indicaron que iban a grabarla en audio, por lo que nos esmeramos en lograr la mejor de nuestras interpretaciones. Hasta ese momento nosotros siempre creímos que lo que les interesaba a los productores era, no la música de una Banda tan esforzada pero finalmente dispareja, sino solamente el conjunto visual en su desplazamiento por la pista aérea; pero que para la edición final de la película iban a usar, con la técnica del play back, la grabación profesional y en estudio exprofeso, de una Banda sinfónica, especializada en música para películas. Pero jamás nos dijeron ni nos imaginamos sus verdaderas intenciones. De ellas –y de otras tantas decepciones supervinientes, como dicen los abogados-, nos dimos dando cuenta hasta cuando, pasados los años  la ansiada película se estrenó en Hermosillo:

            En el Cine Nacional, un domingo por la tarde, vistiendo nuestras mejores galas, muchos de los Bandistas que supimos de la proyección, nos dimos cita en las escaleras de acceso, esperando a que se abriera la puerta para la tanda de las 4 de la tarde. Aprovechamos para recrear tantas y tan intensas aventuras e incidentes chuscos, quitándonos mutuamente la palabra, fantocheando ante las miradas divertidas y envidiosas de nuestros acompañantes y demás mirones. Apenas abierta la puerta, entramos en tropel a la sala, nos situamos en los mejores asientos, nos surtimos de esquite y sodas y, por fin, nos dispusimos a ver nuestra Banda de Música de la Universidad de Sonora. Era difundida por primera vez, y con ella a sus galanazos y vanidosos estudiantes, supuestamente proyectados de cuerpo y –sobre todo– de rostro entero, al través del mejor cine del mundo, pues ya para entonces la película estaba exhibiéndose  en las pantallas de las salas cinematográficas de uno y otro continentes. La cinta transcurrió normalmente, su argumento era divertido, pues se trata más bien de una sátira de la guerra terminada en el  45, en la que las tropas instaladas en la villa italiana, estaban fastidiadas de combatir. Pero pasadas casi las dos horas normales de las películas comerciales, nos percatamos de que no llegaba el momento estelar de nuestro relevante papel; y nosotros ansiosos, comiéndonos hasta el cartón de las palomitas de maíz. Hasta que, finalmente, llega la escena final en la que, debajo de la torre de control de la pista aérea se desarrolla la condecoración de oficiales; y sí, filmada la ceremonia de allá a lo lejos, pero muuuy a lontananza desde el helicóptero, en la pantalla de cinemascope y en technicolor aparece, en escena de no más de cinco segundos, una apenas visible serpiente humana formada por los cientos de soldados desfilando en el asfalto y encabezados –eso sí-, por nuestra Banda de música: seis trombones de vara al frente, luego nosotros  los  trompetas, los saxores, los saxofones, los clarinetes, las flautas, el flautín pícolo, las tubas y, en la retaguardia, la batería –redoblantes, bombos, timbales y platillos-, marcándonos el paso. ¡Treinta ensayos para un suspiro de cinco méndigos segundos! Pero lo que me hizo caerme, materialmente, para atrás en el asiento, fue descubrir que: ¡la música de fondo de la escena era la que nosotros habíamos grabado, al aire libre,  en un aparato de carrete abierto, en  uno de tantos ensayos! Todo lo contrario a lo que nosotros nos imaginamos siempre. Sin embargo comprendí que siendo una especie de parodia del conflicto bélico, en la que su propósito era simbolizar la disminución de lo solemne en todas y cada una de las situaciones, la música de una Banda que sonaba unos grados más que pueblerina, era precisamente el efecto deseado por los realizadores.

            ¡Y nosotros que lo tomamos siempre tan en serio! Pero, ¡cómo nos fotografiamos y divertimos!

           Como la nuestra era una Banda de estudiantes, no profesionales y por tanto impedidos para recibir pago de honorarios, la Rectoría de la Universidad obtuvo, a cambio de nuestros valiosos servicios, la donación de un lote de uniformes, de lo que siempre estábamos tan necesitados y que la Institución tardaba mucho tiempo en dotarnos. La Paramount Pictures cumplió su compromiso y un buen día el Mayor me  mandó el mío a la casa, con mi hermana Josefina, quien junto con mi hermano Mario había participado en tan maravillosa aventura. Por cierto nunca estrené mi uniforme nuevecito, incluido un bonito kepí, de color café con botones dorados y franjas blancas,  por no serme posible seguir en la Banda, por guardarlo de recuerdo y por el aumento de mi talla, peso y volumen, una vez que me hube convertido en un próspero litigante en Cd. Obregón…. Pero esta es ya otra historia.

¡Vamos a rebelarnos, con pantalones de mezclilla!

 

         Para contar con uniformes dignos de un grupo artístico tan representativo de   la máxima Casa de estudios del  Estado, una  ocasión -instigados  por  el  excelente   clarinetista Celerino El talín Curiel Jacobo (dedicado hoy, como sus hermanos Roberto y Arturo El chichí, profesionalmente a la música, con sus dos hijos gemelos, tubistas de la Banda del Estado -espero que con el mismo volumen y calidad de su Tío Roberto-), refiriéndonos como punto de comparación a las alumnas de Danza de Martha Bracho, quienes deslumbraban con variados, lujosos y popillos vestuarios-, nos rebelamos ante las altas autoridades universitarias, poniéndonos todos de acuerdo para manifestarnos en protesta, asistiendo a una ceremonia formal ¡vestidos con pantalón de mezclilla!, entonces de uso privativo de las clases depauperadas, para avergonzar y escandalizar a las autoridades.

             La drástica medida surtió pronto sus efectos, pues luego luego el Rector Encinas nos mandó decir que, en su nombre, nos recibiría el Profesor Rosalío Chalío E. Moreno, eterno Secretario General, para escuchar el monopliego de peticiones: ¡uniformes nuevos! El superbonachón y caballeroso segundo de a bordo, siempre nuestro puente de plata con las demás autoridades, nos recibió con su amplia sonrisa y su frase favorita:

            – ¿Qué tal muchaaachos. Al nopal solamente vienen cuando tiene tunas, verdaaad? –.

            Y al poco tiempo ¡se nos dotó de nuevos uniformes!

Unas monedas a los pies de zapatos de charol

         Una de las giras a Mexicali, B.C., la integró un nuevo y efímero Trío  Universitario, de voces y guitarras, que integraron Arturo El papi Valenzuela Calderón y los amigos suyos Epifanio Borbón, al requinto y Armando Verdugo, como primera voz. En su debut –y creo que despedida– cantaron un ramillete de melodías clásicas del repertorio de esos conjuntos románticos, como aquel éxito de Los tres asesIrresistible.

            Pero al terminar su  presentación a la mitad del foro, con sus trajes sastre seguramente prestados y recién sacados de la Tintorería Miramar, corbata rosa de moño, zapatos de charol, risas colgate de oreja a oreja que hubieran envidiado Miguel Alemán Valdéz, Jimmy Carter y Luis Miguel –como diciendo “ya la hicimos, de aquí a una Compañía disquera”– y estar recibiendo el aplauso del respetable, los malosos de Rodolfo El chino Medina RiveraIgnacio Nacho Galindo Barajas y Antonio Nevárez Abril, desde sus lugares mero abajito del escenario, se pusieron de acuerdo para lanzarles puñados de monedas a los pies de tan gallardos y monos trovadores, lo cual deslució la terminación de su tan ensayada y ansiada función.

            Los demás festejamos la sádica ocurrencia con una mezcla de risas y un mental: ¡qué gaaachos!

Los miles de nachos Guerra del noroeste

         Otra vivencia digna de rescatarse es la ocasión en la que, estando de gira por Mexicali a fines de los cincuentas y teniendo una mañana libre, un grupo de la Banda de música caminábamos por una de sus céntricas calles y llegamos a un modesto puesto a tomarnos un refresco. Nos atendió una sencilla y madura señora empleada del tanichi, observándonos con especial curiosidad y simpatía. Al preguntarnos que si éramos de la Universidad de Sonora y contestarle que sí, ella, humilde, sacrificada  y orgullosa de su hijo, nos confesó que allí estudiaba y, con sus manos temblorosas de amor por su vástago tan entrañable y distante, sacó de su cartera y nos mostró una credencial escolar con su fotografía. Inmediatamente identifiqué al jovencito de blanco y serio rostro, de nariz chata, camisa blanca y corbata y se lo dije a la buena mujer: su hijo era Ignacio Nacho Guerra Rodríguez (+), ciertamente aplicado alumno de la Escuela de Derecho, algunos años adelante que yo, discípulo muy cercano al Maestro Carlos Arellano García en el Bufete Jurídico Gratuito, después Juez Civil de Hermosillo por muchos años, ejerció su profesión y aportó su experiencia en Tijuana, BC.

             Este pasaje rebasa su apariencia meramente anecdótica. La relación madre-hijo en el caso de Nacho, se nos muestra como  un símbolo de la esperanza cumplida que constituyeron los estudios en  la Universidad de Sonora, para miles de familias humildes y decentes de Nachos Guerra Rodríguez de Sonora y de las dos Bajas Californias.

El homenaje póstumo al Mayor

         En ocasión del homenaje que la Universidad de Sonora le brindó, en Octubre de 1992, además de que, junto con un puñado de veteranos (previas semanas de ensayo) ejecutamos la Marcha Madelón en su partitura originalmente manuscrita y los Himnos Universitario y Nacional dirigidos por el trombonista, exalumno y actual Director, Horacio Lagarda, leí unas palabras, que he meditado, sintetizan la esencia de esta gratitud.

                Sus alumnos nos contamos por cientos. Dejando volar mi memoria, recuerdo por ejemplo: a los clarinetistas Dr. Moisés Canale Rodríguez, Arq. Daniel y Dr. Alejandro Galindo Barajas, Dra. Silvia Saldate, Consuelo Molina García, Dr. Abel Gaspar Negrete, Dr. Felipe Ceceña Seldner, Dr. Carlos Yeomans Reyna, Lic. Josefina Rodríguez Espinoza, Profr. Carlos Melo, Celerino Curiel Jacobo, Lic. Aída Curiel Jacobo, Isaura Donahí Sánchez (hija del Mayor), Ignacio Galindo Barajas (+), Arq. Remigio Agraz, C.P. Humberto Limón Gutiérrez, Moisés Reyes de Alba, Ing. Rafael Núñez, Carlos Valencia Franco (+); los saxofonistas Andrés Esquer, CP José Ludolfo Gallegos, Ing. Nicolás Huitrón Contreras, Dr. Jorge Figueroa González, Gastón Méndez León, C.P. María Teresa Saldate, T.S. María Lourdes Molina García, Ing. Mario Rodríguez Espinoza, Irma Curiel Jacobo, Alma Velia Medina (+), Roxana Yeomans, Lic. Gerardo Nava, C.P. Ramón Amado Corona Acosta, Luis Arturo Castellanos Villegas; los trombonistas Roberto Gómez Torres, C.P. Antonio Varela Corbalá, Lic. Tránsito Alegría Salcido, Arq. Juan de Dios Alegría Mayboca, Luis Rodríguez Espinoza (+), Ings. Carlos y Silverio Cabrera Fregoso, Mat. Jorge Ontiveros Almada (+), Quím. Aníbal Meneses Ríos, Profr. Horacio Lagarda (actual Director de la Banda); trompetistas Arnulfo Monteros Quintay, Antonio Haro Alegría, Jorge Alvarez Alvarez, Dr. Manuel de Jesús Vega Pompa, Leonelo Melo, Profr. Arturo Curiel Jacobo, Rodolfo Medina Rivera, Ing. José Luis Yeomans, Ing. Jaime Díaz Santana, Profr. Francisco Corona Acosta (+), Profr. Edgardo Peñuñuri, Quím. Manuel de Jesús García Nogales, Ing. Roberto Garza Barraza (+); flautista Quím. Aidé Yeomans Reyna; tubas Quím. Andrés Reyna (+), C.P. Antonio Nevárez Abril, Lic. Arturo Valenzuela Calderón, C.P. Rafael García Maheda (+), Profr. Francisco Javier Valencia Franco y Roberto Curiel Jacobo; batería, Lic. Alfonso Alvarez Córdova (+), Arturo Barragán, Dr. Mario Atondo Santacruz; Lic. Antonio Sánchez Rodarte (+), Lic. Alberto Vidales Vidal, Lic. José Luis Hernández Ibarra, Dr. Gustavo Peña Porchas, Ing. Francisco Martínez de la Torre, Lic. Francisco Arvayo García, C.P. Roberto Medrano Campillo,… entre muchos otros.

         Por imprevisión de las administraciones, no hay filmaciones ni grabaciones en estudio o en vivo, de las cientos de ejecuciones logradas tras largos ensayos. Algunas, no obstante su de dificultad (partitura para Banda Sinfónica), alcanzaron excelencia. Muchas jamás se han vuelto a ejecutar en el Noroeste, ni se escuchan en la rica discoteca de Radio Universidad, en los cada vez menos programas de música sinfónica con que nos deleita. Sus lágrimas al concluir el Himno Nacional (cuya ejecución era nuestro examen final para integrar la Banda), así fuera en ensayos, eran un mensaje ético de pedagogía, y el sudor del corazón de un militar y patriota.

         Se retiró por su avanzada edad, en 1970 y vivió sus últimos años en su humilde vivienda por la calle Reforma, con una modesta pensión, rodeada de su esposa e hija.

         El 16 de junio de 1974 –día del Padre-, a las cuatro hrs., con las mañanitas como cada año de sus discípulos hermanos Curiel, expiró en su lecho de enfermo. No se le concedió “morir en su mesa de trabajo”.

         Pocos maestros han merecido tanto las notas de los Himnos Universitario y Nacional que ejecutó su Banda de música en las escalinatas de la Rectoría; y el adiós del Coro dirigido por su compañera de misión y de destino Emiliana de Zubeldía, alrededor de su tumba –hoy ignorada– en el panteón Yáñez, en su sepelio.

         ¿Por qué no se le ha hecho justicia, como a Emiliana de Zubeldía, a Martha Bracho y a otros personajes representativos? ¿Discriminación? ¿Por el paso del tiempo y nuestra desidia? Días antes de morir, el Mat. Jorge Ontiveros trombonista– me contó que entrevistó al Rector (¿Jorge Luis Ibarra Mendivil, Pedro Ortega Romero? Nunca me lo aclaró) para tratar el caso y que le contestó: “¿…y quién es ese viejito? ¡!

         Hemos constituido un Comité que rescate y publique su biografía y producción; y se le erija, en un lugar especial de los recintos de la Universidad, un busto sobre un pedestal, digno de su huella. No descansaremos hasta hacerlo realidad. Ahora Heriberto Grijalva tiene la palabra.

         Mayor Isauro Sánchez Pérez: en el lugar del firmamento eterno donde usted se encuentre, le decimos: sus enseñanzas y ejemplo no deberán ser en vano.

¡Hasta siempre, Mayor!

….

MAYOR ISAURO E. SÁNCHEZ PÉREZ

Esbozo biográfico

Nació en el México de la República de Benito Juárez y su irrepetible generación de la Reforma, 20 años después de la fecha de la batalla en defensa de la República del Presidente indígena, en la cual se erigió héroe el militar Porfirio Díaz, cuya frase remataba los avatares armados de la época e infundieron una nueva –después defraudada- esperanza: “Que nadie se perpetue en el poder y ésta será la última revolución”.

Hijo de Félix Sánchez, natural y vecino de Villa Alvarez, labrador y de su esposa Atanasia Pérez, molendera, Isauro Sánchez Pérez nació el 2 de junio de 1887, en el Barrio del “Niño”, Zaachila, Villa de Distrito de Villa Alvarez, Oaxaca. Allí pasó su infancia, adolescencia y primera juventud y debe haber aprendido en su tierra natal las primeras lecciones de música y en la capital del país su disciplina superior.

En 1910, clarinetista de la Banda de Artillería. Su ingresó oficial al Ejército constitucionalista fue el22 de noviembre de 1915, en pleno Carrancismo, a la edad de 28 años, como sargento 1° músico solista.

En 1918 integró Orquestas de Cámara en la ciudad de México y en 1924 fue alumno del Maestro Julián Carrillo, autor del sonido 13.

Empleos y fechas en que los obtuvo:

            Nov.   1915                    Sargento 1°.  músico solista

            Jul.     1920                       Sargento 2°.   músico

            Ene.    1921                      Subteniente asimilado

            Jul.     1922                      Subteniente asimilado

            Sep.    1925                      Músico solista

            Mar.  1926                       Teniente asimilado y Músico mayor

            Ene.   1933                   Capitán 1°, Director de Banda de Música del Ejército.

            Ene.   1933                     Capitán 1°. de servicio

En 1934, la Secretaria de Guerra y Marina, con el Fallo del Jurado calificador en el Concurso de bandas militares para Celebrar el Día de la raza, concedió el 2° premio a la Banda de Zapadores, dirigida por el C. Capitán Primero Isauro E. Sanchez.)

            Ene.   1944                      Mayor de servicio

Dependencias en donde prestó sus servicios

Nov. 1915, 1er. regimiento de artillería del ejército constitucionalista a su ingreso.

Jul.  1920, Banda de música del Estado Mayor de la Secretaría.

Jul.  1922, Banda de música del Colegio militar, cuya corporación pasó a depender de la jefatura  de guarnición de esta plaza y tomó la denominación de especial número “3” adscrita al departamento de artillería.

Sep.  1925, Banda de música especial nº. 2

Sep.  1929, Banda de música número “1”, comisionada en la jefatura de la guarnición de esta plaza.

Ene. 1930, Banda de música especial número “1”.

Ene. 1931, Banda de música especial nº. “5”.

Ene. 1932, Banda  de música de Estado Mayor a su reingreso al ejército.

Ene. 1933 a 1941, Banda de música número “2”, Banda de Zapadores.

Premios y recompensas

Mar. 1946, las decoraciones de perseverancia de 5a., 4a., y 3a. clases.

Fecha de retiro

Oct.  1947, a los 60 años de edad por edad límite.

En Universidad de Sonora

De 1949 a 1971 prestó sus servicios en la Universidad de Sonora, como profesor de Música en la Escuela Secundaria y Director de la Banda de Música.

Invitado a la Universidad -con Emiliana de Zubeldía, Martha Bracho y Alberto Estrella-, en 1949,  por el culto Rector Ing. Norberto Aguirre Palancares, la huella de esta tríada es imborrable, aún cuando tenemos pendiente el VERDADERO HOMENAJE que se merece.

Son únicos sus arreglos de música popular mexicana, del archivo que hasta la fecha ha estado custodiado por sus discípulos y se desea pasen a ser patrimonio cultural de nuestra Alma Máter.

Fecha de fallecimiento

El 16 de junio de 1974, en Hermosillo, Sonora.

COMITÉ PRO HOMENAJE

DR. HÉCTOR RODRÍGUEZ ESPINOZA

Hermosillo, Sonora, 13 de junio del 2011.

Sr. Director:

Apreciaré me permita anunciar que este viernes 17, desde las 19 hrs., en la Plaza Bicentenario, la Banda de Música del Gobierno del Estado, que dirige el Prof. Manuel de la Rosa, ofrecerá una audición muy especial.

En efecto, se trata de una evocación melodiosa de quien fue magnífico e inolvidable Director de la Banda de Música de la Universidad de Sonora en el período 1949-1971, Mayor Isauro E. Sánchez Pérez (1887, Oaxaca-1974, Hermosillo.)

Fue clarinetista de la Banda de Artillería e ingresó al Ejército constitucionalista en 1915. Integró Orquestas de Cámara, como alumno del Maestro Julián Carrillo, autor del sonido 13. En 1933 fue Director de la Banda de Música del Ejército Nacional y en 1947 causó baja en situación de retiro, por edad límite.

Fue invitado a la Universidad -con Emiliana de Zubeldía, Martha Bracho y Alberto Estrella-, en 1949,  por el culto Rector Ing. Norberto Aguirre Palancares y la huella de esta tríada es imborrable, aún cuando tenemos pendiente el VERDADERO HOMENAJE que se merece el Mayor.

Es una audición muy especial porque, por primera vez desde la separación del militar, de nuestra Institución, se ejecutarán sus arreglos a Marchas y de música popular mexicana, del archivo que hasta la fecha ha estado custodiado por sus discípulos y se desea pasen a ser patrimonio cultural de nuestra Alma Máter.

DR. HÉCTOR RODRÍGUEZ ESPINOZA.

LA ESCUELA SECUNDARIA   I

EL MAYOR ISAURO E. SANCHEZ PÉREZ Y LA BANDA DE MÚSICA. LA IMPRESIÓN DEL PRIMER DÍA

Pero quisiera relatar cómo fue mi primer contacto, el mismo primer día de clases en la Escuela Secundaria, con uno de los Maestros – con mayúsculas y quien llena rebosante aquel título de Mi personaje inolvidable, de la Revista Reader’s Digest –  que mejor marcaron, para siempre, muchos de los rasgos más positivos de mi carácter: el Mayor Isauro E. Sanchez Pérez.

             En Septiembre de 1956, a los once años de edad, saliendo de las primeras clases, al filo del mediodía, cuando habían finalizado las actividades de la mañana, esperé ansioso a mi hermano Luis por fuera del edificio de la Escuela – ubicado al costado sur de la Rectoría de la Universidad -, para que me llevara a presentar con el Mayor. Así fue: me condujo personalmente a saludar a su Maestro de música y Director de la Banda universitaria, al final poniente del pasillo norte de la Escuela, en un pequeño cuarto de servicio, pero que se utilizaba para oficina y depósito de los más variados instrumentos y archivos de partituras musicales.

             De pronto me vi ante un ya  maduro profesor, vestido con sencillez, de estatura regular, moreno, de lentes, de cabello medio corto y entrecanecido, sentado en un escritorio rodeado de estuches negros, tambores, cornetas (pues también era Director de la Banda de guerra), batería, saxores, bajos y tubas. Mi timidez, producto de mi natural excitación y tierna edad, se neutralizaba por la expresión del gusto del militar retirado de saludar, después de las vacaciones de verano, a su ya conocido, travieso y gordito  discípulo Luis, el precoz trombonista. Además, le traía a presentar a un nuevo candidato, hermano menor suyo y deseosísimo de seguir la vocación del vástago mayor. (Por cierto esta fue una de las mejores formas de ingreso y pertenencia a la Banda, al grado que la mayoría éramos hermanos o primos, como nosotros mismos: Luis, yo, Mario y Josefina; los Curiel Jacobo, Valencia Franco, Melo, Yeomans, Corona, Alegría, Saldate, Negrete).

             El profesor de música  vió con detenimiento el grueso de mis labios, buscó en los anaqueles un estuche negro de madera, un poco empolvado – después de las vacaciones -, sacó  una trompeta, enceitó con cuidado los émbolos y me la puso en las manos. Era para mí como un sueño que se estaba haciendo realidad; y ayudándome a  sujetar correctamente con mi mano izquierda el metálico y frío instrumento y a maniobrar  con la derecha los tres pistones de la parte superior, me colocó debidamente la boquilla   en mis labios, es decir un tercio  en el labio superior y los otros dos  en el inferior. Después, me indicó cómo tomar aire suficiente y soplarlo, semejando que decía

            – … ptuuu… ptuuu…, -,

 hasta conseguir una nota mantenida, por lo general un do o un sol.

          Concluida la primera sesión inicial, Luis y yo nos fuimos a la casa.  Junto con la nueva etapa de mi vida que principiaba con la educación secundaria, se iniciaba otra igual, o quizás más importante, como lo fue mi cultura artística musical; y con ella, todo un buen gusto y carácter, pero con la fortuna adicional de contar con un Maestro y Mayor retirado del Ejército mexicano, con una impecable hoja de servicios, que reunía, en un cuerpo moreno y  sencillo, un alma y un espíritu muy pocas veces conciliados y al alcance de quien quisiera abrevar en sus sabias, silenciosas y ejemplares enseñanzas.

De prisa compañeros,

mirad que tarde está

            Por cierto, cada fin de cursos, de común acuerdo Emiliana y Don Isauro, organizaban un concurso de coros con todos los grupos del ciclo, en el Auditorio  del Museo y Biblioteca, teniendo como público a la propia y bulliciosa población estudiantil. El tema – único para todos los conjuntos – era un Canon a capella español, con ritmo de alegretto, cuya entonación sucesiva de la misma estrofa y que, bien cantada, se oía muy bonito, llamado

DE PRISA COMPAÑEROS

     ( 1er. Grupo )    ( 2do.  grupo) (3er. grupo)  
        
 De prisa compañeros,      
 mirad qué tarde está,      
 de prisa, de prisa,De prisa compañeros,    
 que no llegamos ya,Mirad qué tarde está,    
 La lá, la lá, de prisa, de prisa, De prisa compañeros, 
 La lá, la  lá. Que no llegamos ya, mirad qué tarde está, 
 De prisa compañeros,la lá, la lá,  de prisa, de prisa, 
 mirad qué tarde está,la lá, la lá.  que no llegamos ya, 
 de prisa, de prisa,De prisa compañeros, la lá, la lá,  
 que no llegamos ya,Mirad qué tarde está, la lá, la lá.  
 La lá, la lá, de prisa, de prisa, De prisa compañeros, 
 La lá, la láaaaaa.Que no llegamos yáaaaaa. Mirad qué tarde estáaaaaa. 
         
         

            El hecho – o espectáculo, podría muy bien decirse – de ver y escuchar  a mozalbetes de un promedio de 13 años, la mayoría aguerridísimos y algunos francamente vagos y hasta balas pedidas – aparentemente negados, además, al virtuoso arte de la música -;  que todavía debían de formarse, entonar y seguir el enérgico ritmo del compás marcado por los dos Maestros; y, por si lo anterior fuera poco, “ parecerse, lo más posible, al mundialmente famoso Coro de los niños de Viena o, al menos,  a Los niños cantores de Morelia ”, nos da la medida del enorme mérito de los dos legendarios pedagogos.

             Era como arrancar el Vals El Danubio Azul, a los peñones del cerro de la campana.

             ¡ Y lo  arrancaban!

EL PRIMER CENTENARIO DEL 6 DE ABRIL DE 1957, EN CABORCA

Por supuesto que los pasajes más dignos de esos años estan ligados a los estudios voluntarios de música en la Banda universitaria. Además del atractivo de obtener automáticamente 100 en la asignatura, la exención en Educación física y una beca de dispensa de pago de los $320.00 pesos anuales de colegiatura, además de la entrega de  otra suma que empezó siendo de $20.00 y que aumentó a $50.00 pesos mensuales (con los que nos atracábamos de tacos de la hoy vedada cahuama en La tropiconga, estableciendo el récord de ¡20! Gastón León Méndez), donde leíamos:

AMADA QUINCENITA

Por fín has venido amada mía

y entre mis manos te tendré un momento,

para después sufrir el cruel tormento

de que te esfumes en el mismo día.

Marcarás prodigando tus favores

a esa gente que muerta ver quisieras:

el abonero, el tendero y el casero

y todos los feroces acreedores.

Dos veces en el mes con tu llegada

se satura de luz el firmamento,

y cuando tardas en venir yo siento

que la vida sin ti no vale nada.

Catorce días espero tu regreso

y con ansia loca y afán desesperado,

al llegar nada más te doy un beso

pues muy pronto te alejas de mi lado.

Prof. Fernando Domínguez Flores

La  cotidiana  pedagogía del Mayor Isauro Sánchez Pérez era aderezada por el sano y melódico bullicio de los compañeros aprendices y de los veteranos que ya formaban parte de la Banda, con la obligación, pero también el derecho, de participar en las audiciones y en las giras por pueblos y Municipios del Estado.

            Las enseñanzas del Mayor no estaban exentas de ironía: una ocasión que estábamos ensayando alrededor del Maestro, llegó un despistado alumno de un pueblo – en el que seguramente tocaba en la orquesta del lugar – y le pidió al Mayor ingresar a nuestra Banda. El Mayor le preguntó qué instrumento tocaba y el muchacho, con toda inocencia, le contestó: “todos, Mayor”. Entonces el Mayor se levantó de su silla, como despedido por un resorte, y nos dijo: “Chicuuus, vámonos todos a nuestras casas. Este señor toca ¡todos los instrumentooooos!” El jovenzuelo, sorprendido de su propia imprudencia, lleno de vergüenza se retiró, cuan serrano era.

¡Qué locos de contentos regresábamos a casa, a la hora de la comida, después de los ensayos, silvando, siempre, la tonadilla practicada en cada jornada, ya fuera El barbero de Sevilla, de Rossinni,  Carmen de Bizeto La Barcarola de Los Cuentos de Hoffman de Offenbach!

Arturo Valenzuela Calderón relata: “En 1956, en un intercambio entre las Universidades de Sonora y Arizona, y previa invitación, recibimos a su Banda de Música, que arribó en tres autobuses. Nuestra Banda los recibió en el Hotel San Alberto. Al hacer ellos su arribo al hotel, nosotros, uniformados, les tocamos el Himno de EU y después una Fantasía Mexicana, arreglo del Mayor. Se quedaron impresionados con la calidad de nuestra ejecución, pues no pensaban que un número tan pequeño – 27 adolescentes – lo hicieran con tal delicadeza. Su Director se acercó al Mayor y a cada uno, y nos felicitó personalmente.

Su exhibición se llevó al cabo en el Estadio Fernando M. Ortiz, e hicieron sus característicos giros, formando diversas figuras, principalmente de la cultura folclórica de Arizona.”

El Imparcial, el 11 de Enero de 1957 publicó: HERMOSO MONUMENTO A LA BANDERA SERÁ INAUGURADO                  

El día 24 de febrero próximo, dedicado constitucionalmente a honrar a la Bandera de México, será inaugurado el hermoso monumento a nuestra Enseña Patria, que está construyendo el Departamento de Obras Públicas del Gobierno del Estado, en el lugar donde hasta hace poco se hallaba el Monumento a Benito Juárez.

Para el caso, parte de la glorieta del que fuera el pedestal del Benemérito de la Américas, cuya estatua fue trasladada al Jardín Juárez que lleva el nombre del Patricio de la Reforma, está siendo reconstruido totalmente, pues se desea hacer más expedito el tráfico de vehículos de motor por el Boulevard A. L. Rodríguez.

El Gobernador don Alvaro Obregón, hará la inauguración del monumento, en cuyo pedestal se instalará un asta formidable de 17 metros de altura en la que se instalará la Bandera Tricolor para ser honrada por el pueblo, en las grandes ocasiones.

AQUELLAS GIRAS CULTURALES

            Mi primera gira artística estudiantil, ya integrado a la Banda grande – después de demostrar, a manera de examen, que era capaz de ejecutar los Himnos Universitarios y  Nacional, en tono de Re mayor -, fue a Caborca, en los fastuosos actos cívicos organizados, por el Gobierno del Estado y el H. Ayuntamiento, para celebrar dignamente el primer centenario de la gesta heroica del 6 de abril de 1857. En el pequeño camión conducido por un simpático y regordete chofer, alumno de Agricultura, que le decíamos El Tonina Elías.

            El viaje – como todas las giras de extensión universitaria – se nos fue entonando canciones en coro, como aquella dialogada y famosa de Tin Tán y su carnal Marcelo

                                                     PALOMA BLANCA

            Paloma blanca,

(blanca paloma,)

            quién tuviera tus alas,

            (tus alas quién tuviera,)

            para volar,

(y volar para)

            donde están mis amores,

            (mis amores dónde están.)

            Tómale y llévale,

(llévale y tómale,)

            este ramo de flores,

(de flores este ramo,)

            para que se acuerde de este pobre corazón.

            Tuve un amor,

(un amor tuve,)

            lo quise y lo quiero,

            (lo quiero y lo quise,)

            por que era fino,

(por que fino era,)

            fino como un diamante,

            (como un diamante fino.)

            Tómale y llévale,

(llévale y tómale,)

            esta copa de vino,

(de vino esta copa,)

            para que se acuerde de este pobre corazón.

            Nos acompañó el Prof. Aureliano Corral Delgado, Corralitos, muy adaptado a la raza y con sus características simplezas, como la ocasión cuando al bajarnos sedientos a tomar sodas en una tiendita del camino,  hechos bola todos exigiendo una, él preguntó a la empleada:

            – ¿Tiene una de naranja? -; y durante un buen rato esperamos a que la pobre chamaca  buscara, entre decenas de botellas y pedacería de hielo,  hasta mero abajo de la hielera; y cuando al fin dió con una, la sacó  y se la entregó triunfante, Don Aureliano malévolamente le dijo:

–  ¡ Quiero una de fresa…!

–  ¡ Jaaa, ja, ja, ja, ja, …!        

El ambiente festivo se enriquecía con las típicas charras, el mismo Mayor ponía el ejemplo  y luego otros con gracia para contarlas, como aquella simplona de Francisco Javier Valencia Franco, de un cazador que le dispara con su rifle 22 a una víbora de cascabel y le destruye su característica cola, para que luego la serpiente subiera a una rama para cantar, con sabor jarocho:

Yo tenía mi cascabel

con una cinta morada,

con una cinta morada

¡ yo tenía mi cascabel !

Valencia fue objeto, por cierto, de un choteo permanente, cuando en la ocasión en que tuvo su debut y despedida  con un pequeño papel en una obra de teatro,  en el cual su única intervención era salir a escena a decir: ¡ aquí están las velas !  La frase la ensayó durante largos meses, pero el día del estreno, con la Banda de música en primera y picarísima fila, se turbó y con todo aplomo inconsciente dijo, a voz en cuelllo: ¡ aquí están las bolas!

            Nosotros encabezamos el desfile cívico y militar por la calle principal de la ciudad, rematándolo en el Templo histórico, lugar preciso donde, según la crónica, se desarrolló la defensa de la soberanía nacional ante el arrojo ambicioso e intervencionista de un puñado de filibusteros norteamericanos, encabezados por Henry J. Crabb. (El episodio lo difunde y relata,  acuciosamente, mi fino amigo y escritor Juan Antonio Ruibal Corella, en su libro Y Caborca se cubrió de gloria, a título de lo cual el H. Ayuntamiento de esa población acordó inmortalizar – merecidamente – su nombre, al asignárselo a la calle en donde se erige el citado templo.) También participamos en la ceremonia solemne, frente al Templo, interpretando la Obertura Fra Diábolo, de Franz Von Suppé. El orador principal del acto, fue el Lic. César Tapia Quijada, a quien le escuchamos una conceptuosa y elocuente pieza.

°°°

Además escuchamos otra fresca pieza declamatoria de un joven estudiante de la Escuela Preparatoria, Israel Montaño Anaya (hermano de Ana Luisa y la abogada Rosa María, respectivas esposas de Oscar René Téllez Ulloa y Alán Sotelo Cruz (+), ellos posteriormente mis condiscípulos en la Escuela de Derecho; y a quien ví tiempo después en dicha Escuela, estudios que creo no terminó; pasados cinco lustros, me visitó en la Casa de la Cultura para explicarme alguna innovadora técnica geológico-plástica y algo de Budismo Zen, en lo que andaba involucrado en Tepoztlán, Morelos).

             Por cierto que unos días antes de ir a Caborca, y platicando de eso a la hora de la comida en la casa, mi Papá – fiel a su instinto de comerciante – expresó su deseo de  acoplarse (como dicen ahora los muchachos) para acompañarnos y aprovechar la fiesta y gentío que suele reunirse en las Ferias, y llevar su pick-up lleno de naranjas, peras, cañas, tejocotes y toda la mercancía que podía fácilmente vender, como durante algunos años, antes de casarse con mi madre, lo había hecho desde La palma hasta Magdalena, para las fiestas tradicionales de San Francisco, población esta a la que tuvo también tuvo en mente para irse ambos a vivir. Entonces yo reaccioné enojado, diciéndoles que me daría verguenza que mi Papá fuera en ese plan. (Ya de grande me he arrepentido de esa mi inmadura e irreflexiva reacción de sobremesa, por que pienso que le dí a entender y sentir a mis Papás que me apenaba el oficio de pequeño comerciante, que ultimadamente era el que nos sostenía. Cosa de chicos, como les ocurre conmigo – por cualquier motivo – a mis hijos. Espero que así lo hayan comprendido.)

            Las giras,  que  organizaba  el  Departamento de extensión universitaria – coordinados sucesivamente por Arístides Pratts, Gilberto Gutiérrez Quiróz, Francisco Freaner Figueroa, Santiago Cota de la Torre (+), Raul Aubry Lemarroy y Alberto Armenta Jackes (+), apoyados diligentemente por Eutimio Armenta -, eran interdisciplinarias, pues combinábamos nuestras audiciones con la participación de grupos deportivos, de danza, de teatro, el Coro, exposiciones de pintura, oradores como Alfonso Avila Salazar y declamadores como Francisco Freaner Figueroa y sus infaltables El sembradorLa chacha micáila  y Por qué me quité del vicio, entre las poesías vernáculas de moda; pero también Alma Parens, del Vate Leopoldo Ramos, declamada por primera vez por su autor en el acto de la colocación de la primera piedra de nuestra Universidad, el 12 de octubre de 1941.

            Nos gustaba mucho escuchar a Francisco Freanner Figueroa sus declamaciones vernáculas. Una que poco se escucha ahora, de Miguel Ramos Carrión,  es

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS

Desde la ventana de un casucho viejo,
abierto en verano, cerrado en el invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,

marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.

Él solo, a hurtadillas y con el recelo

de que sus miradas observen los clérigos
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello,
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.

Monótono y tardo va pasando el tiempo

y muere el estío y el otoño luego,
y  vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo,
siempre sola y triste, rezando y cosiendo,
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos; ve sólo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros.

Cada vez que pasa, gallardo y esbelto,

observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirle: “¡Te quiero!!!.., te quiero!…
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!…
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!…”

Ala niña entonces se le oprime el pecho,

la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de invierno

la niña que alegre saltaba del lecho
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos:
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista, sin duda, era el muerto,
pues cuatro llevaban en hombros el féretro
con la beca roja encima cubierto,
y sobre la beca el bonete negro.

Con sus voces roncas cantaban los clérigos;
los seminaristas iban en silencio,
siempre en dos filas hacial el cementerio,
como por las tardes al ir de paseo.

La niña, angustiada miraba el cortejo:
los conoce a todos a fuerza de verlos.
Sólo, sólo faltaba entre ellos
¡el seminarista de los ojos negros!…

Corrieron los años, pasó mucho tiempo …

y allí en la ventana del casucho viejo
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
recuerda muy triste las tardes de antaño,
¡al seminarista de los ojos negros!…

“ESE MAESTRO VALE LO QUE PESA EN ORO”

             Nunca olvidaré la única ocasión en que, en una presentación que tuvimos en el Auditorio del Museo y Biblioteca, ví reunidos, por unos segundos,  al Mayor y a mi Papá: había terminado la ceremonia y mi padre había estado en ella y escuchado – seguramente henchido de orgullo, como yo mismo me sentiría – nuestras intervenciones, que siempre eran una Obertura, una o dos melodías y, para finalizar, los Himno Nacional o Universitario.

HIMNO NACIONAL MEXICANO

Mexicanos, al grito de guerra

El acero aprestad y el bridón,

Y retiemble en sus centros la tierra,

Al sonoro rugir del cañón.

                                                I

Ciña ¡oh patria! Tus sienes de oliva

De la paz el arcángel divino,

Que en el cielo tu eterno destino

Por el dedo de Dios se escribió.

Mas si osare un extraño enemigo

Profanar con su planta tu suelo.

Piensa ¡oh patria querida! Que el cielo

Un soldado en cada hijo te dio.

CORO

                                                  II

¡Guerra, guerra sin tregua al que intente

De la patria manchar los blasones!

¡Guerra, guerra! Los patrios pendones

En las olas de sangre empapad.

¡Guerra, guerra! En el monte, en el valle

Los cañones horrísonos truenen.

Y, los ecos sonoros resuenen

Con las voces de ¡Unión! !Libertad!.

CORO

                                                III

Antes, patria, que inermes tus hijos

Bajo el yugo su cuello dobleguen,

Tus campiñas con sangre se rieguen,

Sobre sangre se estampe su pie,

Y tus templos, palacios y torres

Se derrumban con hórrido estruendo.

Y sus ruinas existan diciendo:

De mil héroes la patria aquí fue.

CORO

                                                 IV

¡Patria! ¡patria! Tus hijos te juran

Exhalar en tus aras su aliento,

Si el clarín con su bélico acento

Los convoca a lidiar con valor.

¡Para ti las guirnaldas de oliva!

¡Un recuerdo para ellos de gloria!

¡Un laurel para ti de victoria!

¡Un sepulcro para ellos de honor!.

CORO

Mexicanos, al grito de guerra

El acero aprestad y el bridón,

Y retiemble en sus centros la tierra

Al sonoro rugir del cañón.

HIMNO UNIVERSITARIO DE SONORA

     Unidos vencerán

 los aguiluchos del valor,

     unidas han de estar

 esas falanges del honor;

     la Patria su canción

 por ersos labios va a escuchar,

     con todo el corazón

 esa canción se escucha ya.

     Vamos contentos de vivir

 por esa senda de verdad,

     no nos arredra el porvenir

 ni nos arredra el más alla,

     del que trabaja es la virtud,

 del que trabaja es el honor,

     brille tu luz, luz de verdad,

 por siempre así Universidad.

     Por que Sonora valga más

 sus nobles hijos lucharán,

     por que la Patria sea feliz

 y por la santa libertad,

     de un mundo nuevo baja ya

 definitivo un gran amor,

     fraterno amor, universal,

 que nunca más se ha de apagar.

             Ya para retirarnos del Auditorio, Don Odón, mi padre, estaba en la puerta izquierda – mirando de salida – esperándonos para llevarnos a casa; y al pasar el Mayor por enfrente de nosotros  y saludarse, mi papá nos dijo:

            – “ Este Maestro vale lo que pesa en oro ”.

             Mi papá sabía lo que decía, ya que él mismo había sido clarinetista de  niño en su pueblito zacatecano, como una vez nos lo demostró cuando un compañero, Roberto Domínguez Miranda, llevó uno de esos instrumentos  a la casa y mi Padre se puso a ejecutar – pero por supuesto -: ¡la Marcha  Zacatecas!

            Son muchas las vivencias anidadas en la Banda de música, pero algunas otras son dignas de mencionarse, como nuestra intervención en eventos que a la postre constituyeron verdaderas efemérides. Tales fueron los casos de nuestra participación en la Feria Sonora en marcha, en el campus de la Universidad;  la  inauguración del primer Gimnasio de la Universidad, en 1959; la inauguración del monumento a la madre, un 10 de mayo, del escultor español Ignacio Asúnsulo, en la Plaza hoy Emiliana de Zubeldía y después cambiada a  otra  plaza  al  norte  de  la  ciudad, cuya placa inmortalizó el pensamiento de un concurso escolar: “Madre: eterno y sagrado amor”;  el  maratón  de alumnos universitarios – organizado por, entre otros, el locutor de la XEDL y alumno de Derecho, Ramiro Oquita y Meléndrez -, para reunir fondos y crear Radio Universidad; la inauguración de esta importante estación cultural, así como después la inauguración del actual Canal 8 de televisión.

           Nuestras madres nunca olvidarán el acelerado palpitar de sus corazones, lo chinito de su piel y las lágrimas en su almohada cuando escuchaban, en la madrugada de cada día de las madres, nuestras serenatas, cuyo tierno repertorio era

SERENATA MEXICANA

            Alevántate,

            dulce amor mío,

            lo que yo siento mi bien

            es venirte a quitar el sueño.

            Pero alevántate

            y oye mi triste canción,

            que te canta tu amante,

            que te canta tu dueño …

            y es por tu amor.

            También Las mañanitas, Valses RecuerdoTu miradaClub verde, Viva mi desgracia y una despedida, melodías todas con arreglo del Mayor.

EL HOMENAJE AL COMPOSITOR DON SILVESTRE RODRÍGUEZ OLIVARES

El Auditorio del Museo y Biblioteca fue el recinto en el que más y mejor lucían nuestras audiciones, por su acústica, a pesar del estrecho foso, espacio semicircular entre la primera fila de butacas y el escenario. Ahí fue otro de los eventos culturales más emotivos para el mundo artístico de entonces: el homenaje al compositor sonorense, autor – entre muchas otras composiciones – del  Himno a Jesús García, Don Silvestre Rodríguez Olivares.

            El programa fue amenizado por el Coro dirigido por Emiliana de Zubeldía y nuestra Banda de música. Emiliana dirigió, con su precioso arreglo propio,

                                      A LA ORILLA DE UN PALMAR

            A la orilla de un palmar

            yo vide una joven bella,

            su boquita de coral,

            sus ojitos dos estrellas.

            Al pasar le pregunté

            que quién estaba con ella,

            y me respondió llorando:

            Sola vivo en el palmar.

            Soy huerfanita, ¡ ay !,

            no tengo padre ni madre;

            ni un amigo, ¡ ay ,

            que me venga a consolar.

            Solita paso la vida

            a la orilla del palmar

            y solita voy y vengo

            como las las del mar.

             Constituyó, por cierto, la única ocasión en que ví al Mayor portando una preciosa batuta de plata, misma que caballerosamente se la cedió – en el momento de  dar inicio al acto apoteótico de la ceremonia – al ya venerable y legendario músico sonorense, cuando nos dirigió, sin ningún ensayo, el alegre Fox-trot  El costeño, de su inspiración.    

            Quién sabe quién de los afortunados asistentes a tan privilegiado evento se sintió más orgulloso durante y a la terminación de la ejecución de la pieza musical y de la ceremonia misma. Pero yo, cuando menos, sentí un palpitar especial en mi pecho, aún nuevecito, al poner mi granito de arena musical para un  regalo muy  merecido a un sencillo ser humano, cuando ya le edad se le había venido encima.

            Al poco tiempo – para decirlo con las palabras de Atahualpa Yupanki – , “a su corazón cansado, se le acabó su compás.”

            En el Museo de Historia de la Universidad, celosa y meritoriamente dirigido por el Maestro y escritor Leo Sandoval, se exhiben algunos objetos personales de Don Silvestre y creo que la medalla que le fue impuesta en el homenaje a que me refiero.

LA VIRGEN DE LA MACARENA

Todos los instrumentos musicales tienen una o más melodías en los que, sus autores, los concibieron para su lucimiento como solistas. La trompeta no es la excepción y grandes compositores han escrito Conciertos, como Hadyn, Hummel, Vivaldi, entre otros, cuya ejecución ha hecho famosos a trompetistas como Rafael Méndez y Maurice André, de los más conocidos. Al lado de esas obras sinfónicas, existen otras piezas clásicas, una de las más conocidas es La Virgen de la Macarena.

            El Mayor decidía el repertorio para las siguientes presentaciones, procurando  el necesario balance, pensando en nuestra capacidad de ejecución y en el gusto del público en cada ocasión, tan diferentes una de otra; y cada nueva partitura era una emoción y reto especial. Pero para los trompetistas de la  Banda – y para los demás integrantes que eran el imprescindible acompañamiento de fondo – el orgullo más grande era que se nos confiara ejecutar ese Paso doble tan característico de las corridas de toros. Eso fue lo que nos ocurrió a Manuel de Jesús Vega Pompa – hoy Médico en Baja California – y a mí (únicos a los que recuerdo habernos estimulado con tan alta encomienda, en los doce años en que formé parte del grupo), en las veces que el Maestro nos honraba con ejecutarlo de memoria, de pie, al frente de la Banda y del público. Recuerdo haberla interpretado algunas ocasiones, unas de ellas en Mexicali, Caborca y Hermosillo.

            Esta evocadora composición me había cautivado desde que una vez en que, antes de mi ingreso a la Banda, Luis me llevó a una audición que brindó una Banda de Música venida de fuera, interpretándola un niño de escasos doce años, en el monumento a Benito Juárez, en el  Jardín que lleva su nombre. Más todavía me fascinó cuando   escuché   la   versión   que  grabó  el  genial  tompetista  michoacano – radicado hasta su muerte en Los Angeles, California, Estados Unidos -,  Rafael Méndez, luminaria de la Música mundial quien, aún sin el acompañamiento de orquesta sinfónica y en un rústico acetato de los años cincuenta, sin los adelantos tecnológicos posteriores, nos la legó, junto a un repertorio que incluyó arreglos personales y   que constituye  un verdadero obsequio de los Dioses.

¿ MAYOR,… GUERO PEÑÚÑURI,… QUÉ PASÓ…?

            Mi paso por la Banda de Música es una rica veta de otras experiencias no poco chuscas: como cuando una vez que tuvimos un compromiso en el monumento a  Hidalgo (después trasladado a la actual plaza Hidalgo, al  costado sur de la exAcademia Comercial Enrique García Sanchez), en la antigua placita ubicada en la avenida que aún lleva su nombre, frente a donde estan ahora el Colegio Sonorense de Notarios, la Sección 54 del Sindicato de Maestros, el Instituto Sonorense de Cultura, El Colegio de Sonora y Radio Sonora. El monumento, con el frente hacia el poniente, estaba en un hermoso pedestal, con cuatro escalones, dos columnas jónicas, al frente un escudo de armas.

La tradicional ceremonia cívica se efectuó muy temprano en esa mañana del 16 de septiembre, con la asistencia del Gobernador del Estado, Don Alvaro Obregón Tapia, representantes de los otros dos Poderes y demás autoridades civiles y militares.

            Nosotros iniciamos la solemne velada cívica con la Obertura Orfeo en los infiernos, de Offenbach. Ya a la mitad de la interpretación y rompiendo el grave silencio del respetuoso público asistente, escuchamos el chirriar de  llantas de un viejo taxi que venía del poniente, a unos cuantos pasos de donde estábamos las trompetas y de él descendió: … Edgardo El guero Peñuñuri, trompetista de la vieja guardia, quien se había quedado dormido y que, ante el pavor que tuvo (como lo teníamos todos) de incumplir o de no estar a tiempo a un servicio, optó por llegar tarde pero volando y robando cámara de autoridades y público. Pero también se ganó nuestro desconcierto y sobre todo unas miradas, de esas que matan, de parte del Mayor, con las cuales – sin dejar de dirigir -, lo connminaba, con ligeros movimientos de cabeza, para que no se sentara ni interrumpiera la sobria ejecución.  Pero El guero sólo traía, en su cerebrito, la obsesión de quedar bien ( segun él ) e incorporarse a media ejecución.  Arrastró como rayo una silla, de algún lugar;  la colocó con calzador y como pudo entre las de nosotros, se arremolinó, jaló mi atril frente a él, sacó su instrumento del estuche y se dispuso a localizar, en la partitura, el compás en el que íbamos; pero … como toda esta rutina – natural en situaciones normales – la hacía a una velocidad supersónica y boqueando agitadísimo, a las primeras notas que alcanzó a soplar en la trompeta, … se le terminó el escasísimo aire que tenía reservado en sus pulmones y entonces:

            Zás, cuataplum, cuás, trunk, crash….! – , ¡cayó desmayado, cuan largo, pelirrojo y fosforescente era! Acabó de regar todo el tepache y cerrando, así, con broche de cobre, su desafortunado arribo a un lugar al que nunca, jamás, ¡ never! debió de haber decidido presentarse.

            Desde entonces, cada vez que veo la estatua del Padre de la Patria en su nueva plaza, tengo la impresión de que, a raíz de ese irrepetible incidente juvenil, se produjo su ligera inclinación de cabeza hacia abajo y su mirada sorprendidamente comprensiva, como preguntando:

            – “Mayor,…Edgardo, ¿ … qué pasó, pues ?

            Lo anterior no evitó que Edgardo – quien después estudiara algunos años de Derecho y  la carrera de Altos Estudios, actuara en numerosas obras de teatro en la Academia de Alberto Estrella, participara en alguna película sobre la vida de Agustín Lara en la Ciudad de México y, finalmente, se dedicara a la enseñanza de Música (tocaba aceptablemente el piano) y Literatura en escuelas medias y hoy jubilado -, siguiera siendo el mismo güero Peñuñuri de siempre: el deshinibido muchacho quien ya había perdido una trompeta, que por cierto la tocaba mientras tenía la boca llena de galletas de animalitos; quien una vez que  alguien gritara, después de un ensayo de la banda: ¡ pamba al mejor trompetaaa…!, presuntuoso y engreído, creyéndose aludido, salió corriendo de la secundaria, como alma que lleva el diablo;  quien, para dar gusto a la palomilla que se reunía en el puesto de Don Monchi, situado afuera de la Secundaria, frente a la puerta de las canchas de voli  y basquetbol, a comer tortas, sodas y chuchulucos, a la más mínima y carneadora insinuación de la raza amarga y  urgida de sacar curas y carrilla de todo, tomara su trompeta y se pusiera a interpretar Misty, Un extraño en el paraíso y otros melosos Blues de la época,  imitando a los famosos trompetistas norteamericanos Ray Anthony y Harry James; o quien alguna vez Arturo Valenzuela Calderón, El papi, uno de los ejecutantes de Tuba, lo sorprendió a la entrada de la Secundaria cuando estaba contoneándose sensualmente con su trompeta, apantallando a las alumnas que pasaban o descansaban y suspiraban en el jardín exterior, pero simulando él que la estaba tocando porque, en realidad, las melodías favoritas de la época provenían de la trompeta de Arnulfo Monteros Quintay, quien humildemente se encontraba soplando por dentro del edificio.

             Sea lo que fuere, Edgardo en vivo o en play back, amenizaba  las campañas de proselitismo que, muy cerca de ahí y  regalando naranjas partidas, con sal y chile y paletas heladas  del carrito de Don Canti, realizaba  para la Presidencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Sonora, la FEUS,  Antonio Toño Sanchez Rodarte, ejecutante del Bombo de la Banda de Música.

ADIÓS MARIQUITA LINDA, PARA EL PRESIDENTE ADOLFO LÓPEZ MATEOS

Pues a propósito del Presidente Lopez Mateos, para una ocasión singular con motivo de su visita, el  12 de noviembre de 1964, dentro de la confesada precampaña para la gubernatura del Estado del Rector Luis Encinas Johnson, nos preparamos especialmente.  Se nos había dicho que una de las canciones favoritas del Presidente era Adiós mariquita linda, por lo que el Mayor – que era especialista en ello -, hizo un bonito arreglo, dejando la melodía principal a un dúo de trompetas. La Banda siguió su programa por las recintos contemplados en la agenda de Estado Mayor Presidencial, que incluyó   un acto especial en el Auditorio del Museo y Biblioteca. A su arribo a este útimo lugar, lo recibimos con la ejecución de la pieza tan ensayada

ADIÓS MARIQUITA LINDA

Adiós mariquita linda,

ya me voy porque tu ya no me quieres

como yo te quiero a ti,

adiós chaparrita chula,

ya me voy para tierra muy lejanas

y ya nunca volveré.

Adiós linda de mi vida

la causa de mis dolores,

el amor de mis amores

el perfume de mis flores

para siempre dejaré.

Adiós mariquita linda,

ya me voy con el alma entristecida

por la angustia y el dolor,

me voy porque tus desdenes

sin piedad han herido para siempre

a mi pobre corazón.

Adiós mi casita blanca,

la cuna de mis amores,

al  mirarte entre las flores

y al cantarte mis dolores

te doy mi postrer adiós.

            Al identificarla – a pesar del paso veloz de la comitiva -, nos correspondió con un par de segundos de atención, un gesto de aprobación y con  una de sus amables  y cautivadoras sonrisas, dignas del popular Jefe de Estado que fue.

            Después, las inauguraciones de los edificios de Contabilidad y Administración y Derecho      (donde está ahora Economía) y del ala poniente del Estadio olímpico Miguel Castro Servín, disfrutando de una exhibición del equipo nacional mexicano que competiría en las Olimpíadas de Roma.

LOS CINCO SEGUNDOS, EN LA PELÍCULA CATCH 22

            (Ya egresado de la Universidad y graduado de Abogado, recibía invitaciones del Mayor, al través de mis hermanos menores Mario y Josefina – quienes para entonces habían seguido la tradición familiar y tocaban el saxofón tenor y el clarinete, respectivamente, en la Banda de Música -, para reforzarlos en audiciones o giras especiales, pues  dominaba casi todo el repertorio.

             Una de esas ocasiones no sólo particulares sino históricas, fue cuando el Rector Federico Sotelo Ortíz recibió la petición de la Compañía cinematográfica Paramount Pictures,que filmaba, en la playa  Los algodones, de San Carlos Nuevo Guaymas, la película Catch 22 (Trampa 22). Basada en una novela de Joseph Heller, la trama fue concebida en la pequeña isla de Pianosa, en el mar Mediterráneo, a doce kilómetros al sur de la isla de Elba. La acción se desarrolla durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial y se centra en una escuadrilla americana de bombarderos. El Coronel Cathcart, jefe de la escuadrilla, ambiciona ser ascendido a General y para ello no encuentra mejor medio que el de proponer a sus hombres para realizar todas las misiones peligrosas. La evolución psicológica del piloto Yosarian refleja la intención del autor, aguda crítica de un patriotismo mal entendido, que exige sacrificios inadmisibles.

             Actuaban, entre otros, Orson Welles, Anthony Perkins, Alan Arkin  y Paula Prentis. Se trataba de conformar una Banda de música grande, por lo que se optó por integrarla invitando también a la Banda Municipal de Hermosillo. Cualquiera podrá imaginar lo que nos sentíamos los de ambas Bandas, al ser tomados en cuenta para tan serio compromiso, pudiendo los productores traer, desde el mismo Hollywood, una Banda sinfónica de las mejores del mundo. (Claro que no sabíamos todavía las razones e intenciones, que relataré más adelante.)

             El caso es que fuimos trasladados en el autobús de la Universidad a Guaymas, instalados en un hotelito de regular categoría, donde inclusive, celosos de nuestro compromiso y para deleite de los turistas americanos clasemedieros que allí se hospedaban, después de los diarios y exhaustivos ensayos de desfile y de ejecución  de la Marcha The stars and stripes for ever (Barras y estrellas), del más famoso conductor de Bandas americano de fines del siglo pasado, John Philiph Sousa, todavía el Mayor nos ponía a ensayar otras piezas, para tener la embocadura de ( y para una ) película.

            La experiencia consistió en pasar más o menos una semana de ir y venir, diariamente por las mañanas, al set de la filmación en la playa Los algodones de la Bahía de San Carlos, una bien simulada Base aérea, de los países aliados, en un  puerto italiano durante la segunda guerra mundial, con cañones antiaéreos camuflados, incluyendo una pista de aterrizaje con una pila de aviones y bombarderos, que era una deliciosa evocación visual de nuestra infancia, llena de lecturas de Frentes de guerra, de El halcón negro y del programa televisivo Combate, estelarizada por Vic Morrow y su palabra  favorita: ¡ Andando …..! Todo dentro de la silenciosa invasión cultural del norte, que  recibimos desde la edad más temprana.

            Pero cuando los asistentes del Director del film, después de repartirnos los uniformes de caqui y cascos militares, nos explicaron de qué se trataba nuestra participación, nos sentimos bien ahuitados: resulta que la gran Banda ciertamente tomaría parte en una escena  de condecoración final de la película, encabezando un desfile de cientos de soldados ( en realidad extras de Empalme, Guaymas,  ejidatarios y desempleados de los alrededores, que tenían meses practicando, únicamente, el un-dos, un-dos,…) , a lo largo de la pista aérea, filmada desde un helicóptero. Pero como Director de la Banda y encabezando el majestuoso desfile, ya en la película, no participarían ninguno de nuestros dos Directores, el Mayor ni el Profesor Ignacio M. Bibriesca, de la Municipal ( por cierto  Director fundador de nuestra Banda). La híbrida Banda fue encabezada por un actor anglosajón, alto, robusto, altivo, lleno su pecho de pelo y condecoraciones,  de   kepí  con  su  penacho y  portando en su mano derecha – que balanceaba fachosamente  hacia  arriba y hacia abajo, con el ritmo marcial – un gran bastón forrado de listones multicolores. Entendimos, sin aceptarlo moralmente, que las razones eran, por una parte, la tercera edad de ambos y, por otra – sobre todo  en  el caso de  nuestro Mayor -, su pinta de indígena  zapoteca puro, que seguramente rebotaba con el script cinematográfico.

            Tengo grabada la imagen de su rostro triste y semilloroso, pegado a la malla que separaba, las áreas de servicio, de la locación de filmaciones, viéndonos a sus muchachos disponerse a las grabaciones de una de las repetidas escenas, pero suplantado por una persona ajena y sin ningúna mérito.  ¡ Y cómo no iba a estar triste, si era la primera y única vez en la vida que su Banda, sus discípulos, tocarían sin la conducción de su mano firme,  morena y paternal!

              A pesar de tal discriminación, Don Isauro – con el respetuoso acuerdo del Profesor Bribiesca, quien reconoció siempre la superior calidad artística y pedagógica de su colega -, fue el responsable de dirigir  las sesiones de ensayo de cerca de sesenta músicos de todas las edades, hasta lograr una ejecución aceptable, antes de cada una de las decenas de filmaciones tomadas por el helicóptero.

             Una de tantas ocasiones que estábamos ensayando la dichosa Marcha, los técnicos nos indicaron que iban a grabarla en audio, por lo que nos esmeramos en lograr la mejor de nuestras interpretaciones. Hasta ese momento nosotros siempre creímos que lo que les interesaba a los productores era, no la música de una Banda tan esforzada pero finalmente dispareja, sino solamente el conjunto visual en su desplazamiento por la pista aérea; pero que para la edición final de la película iban a usar, con la técnica del play back, la grabación profesional y en estudio exprofeso, de una Banda sinfónica, especializada en música para películas.  Pero jamás nos dijeron ni nos imaginamos sus verdaderas intenciones. De ellas – y de otras tantas decepciones supervinientes, como dicen los abogados – , nos dimos dando cuenta hasta cuando, pasados los años  la ansiada película se estrenó en Hermosillo:

            En el Cine Nacional, un domingo por la tarde, vistiendo nuestras mejores galas, muchos de los Bandistas que supimos de la proyección, nos dimos cita en las escaleras de acceso, esperando a que se abriera la puerta para la tanda de las 4 de la tarde. Aprovechamos para recrear tantas y tan intensas aventuras e incidentes chuscos, quitándonos mutuamente la palabra, fantocheando ante las miradas divertidas y envidiosas de nuestros acompañantes y demás mirones. Apenas abierta la puerta, entramos en tropel a la sala, nos situamos en los mejores asientos, nos surtimos de esquite y sodas y, por fin, nos dispusimos a ver nuestra Banda de Música de la Universidad de Sonora. Era difundida por primera vez, y con ella a sus galanazos y vanidosos estudiantes, supuestamente proyectados de cuerpo y – sobre todo- de rostro entero, al través del mejor cine del mundo, pues ya para entonces la película estaba exhibiéndose  en las pantallas de las salas cinematográficas de  uno y otro continentes. La cinta transcurrió  normalmente, su argumento era divertido, pues se trata más bien de una sátira de la guerra terminada en el  45, en la que las tropas instaladas en  la villa italiana, estaban  fastidiadas  de  combatir. Pero pasadas casi las dos horas normales de las películas comerciales, nos percatamos de que  no llegaba el momento estelar  de nuestro relevante papel; y nosotros ansiosos, comiéndonos hasta el cartón de las palomitas de maíz. Hasta que, finalmente, llega la escena final en la que, debajo de la torre de control de la pista aérea se desarrolla la condecoración de oficiales;  y sí, filmada la ceremonia de allá a lo lejos, pero muuuy a lontananza desde el helicóptero, en la pantalla de cinemascope y en technicolor aparece, en escena de no más de cinco segundos,  una apenas visible serpiente humana formada por los cientos de soldados  desfilando en el asfalto y encabezados – eso sí -, por nuestra  Banda de música: seis trombones de vara al frente, luego nosotros  los  trompetas, los saxores, los saxofones, los clarinetes, las flautas, el flautín pícolo, las tubas y, en la retaguardia, la batería – redoblantes, bombos, timbales y platillos -, marcándonos el paso. ¡Treinta ensayos para un suspiro de cinco méndigos  segundos! Pero lo que me hizo caerme, materialmente,  para atrás en el asiento, fue descubrir que: ¡la música de fondo de la escena era la que nosotros habíamos grabado, al aire libre,  en un aparato de carrete abierto, en  uno de tantos ensayos! Todo lo contrario a lo que nosotros nos imaginamos siempre. Sin embargo comprendí que siendo una especie de parodia del conflicto bélico, en la que su propósito era simbolizar la disminución de lo solemne en todas y cada una de las situaciones, la música de una Banda que sonaba unos grados más que pueblerina, era precisamente el efecto deseado por los realizadores.

            ¡Y nosotros que lo tomamos siempre tan en serio! Pero, ¡ cómo nos fotografiamos y divertimos!

            Como la nuestra era una Banda de estudiantes, no profesionales y por tanto impedidos para recibir pago de honorarios, la Rectoría de la Universidad obtuvo, a cambio de nuestros valiosos servicios, la donación de un lote de uniformes, de lo que siempre estábamos tan necesitados y que la Institución tardaba mucho tiempo en dotarnos. La Paramount Pictures cumplió su compromiso y un buen día el Mayor me  mandó el mío a la casa, con mi hermana Josefina, quien junto con mi hermano Mario había participado en tan maravillosa aventura. Por cierto nunca estrené mi uniforme nuevecito, incluido un bonito kepí, de color café con botones dorados y franjas blancas,  por no serme posible seguir en la Banda, por guardarlo de recuerdo y por el aumento de mi talla, peso y volumen, una vez que me hube convertido en un próspero litigante en Cd. Obregón….         Pero esta es ya otra historia.)

¡VAMOS A REBELARNOS, CON PANTALONES DE MEZCLILLA!

            Para contar con uniformes dignos de un grupo artístico tan representativo   de   la  máxima  Casa  de  estudios  del  Estado,  una  ocasión – instigados  por  el  excelente   clarinetista  Celerino  El  talín Curiel Jacobo (dedicado hoy, como sus hermanos Roberto y Arturo El chichí, profesionalmente a la música, con sus dos hijos gemelos, tubistas de la Banda del Estado – espero que con el mismo volumen y calidad de su Tío Roberto -), refiriéndonos como punto de comparación a las alumnas de Danza de Martha Bracho, quienes deslumbraban con variados, lujosos y popillos vestuarios -, nos rebelamos ante las altas autoridades universitarias, poniéndonos todos de acuerdo  para  manifestarnos  en protesta, asistiendo a una ceremonia formal ¡vestidos con pantalón de mezclilla!, entonces de uso privativo de las clases depauperadas, para avergonzar y escandalizar a las autoridades.

             La drástica medida surtió pronto sus efectos, pues luego luego el Rector Encinas nos mandó decir que, en su nombre, nos recibiría el Profesor Rosalío  Chalío E. Moreno, eterno Secretario General, para  escuchar el monopliego de peticiones: ¡uniformes nuevos!  El superbonachón y caballeroso segundo de a bordo, siempre nuestro puente de plata con las demás autoridades, nos recibió con su amplia sonrisa y su frase favorita:

            – ¿Qué tal muchaaachos. Al nopal solamente vienen cuando tiene tunas, verdaaad? -.

            Y al poco tiempo ¡se nos dotó de nuevos uniformes!

UNAS MONEDAS A LOS PIES DE ZAPATOS DE CHAROL

            Una de las giras a Mexicali, B.C., la integró un nuevo  y efímero Trío  Universitario, de voces y guitarras, que integraron Arturo El papi Valenzuela Calderón y los amigos suyos  Epifanio Borbón, al requinto y Armando Verdugo, como primera voz. En su debut – y creo que despedida – cantaron un ramillete de melodías clásicas del repertorio de esos conjuntos románticos, como aquel éxito de Los tres ases,

 IRRESISTIBLE

            Desde el cielo he recibido la noticia,

            de que un ángel ha bajado sin querer,

            y que vaga solito por la tierra,

lo que pasa es que se viste de mujer.

            Yo conozco una criatura que yo he visto

            y que cada vez que yo la puedo ver,

            me parece que estoy mirando un ángel,

            el ángel de mi querer.

            Pero yo no soy

            más que un infeliz,

            que no puedo más,

            que decirte así:

Dios te guarde criatura irresistible,

            Dios te bendiga mujer.

            Pero al terminar su  presentación a la mitad del foro, con sus trajes sastre seguramente prestados y recién sacados de la Tintorería Miramar, corbata rosa de moño, zapatos de charol, risas colgate de oreja a oreja que hubieran envidiado Miguel Alemán Valdéz, Jimmy Carter y Luis Miguel – como diciendo “ya la hicimos, de aquí a una Compañía disquera” – y estar recibiendo el aplauso del respetable, los malosos de Rodolfo El chino Medina Rivera, Ignacio Nacho Galindo Barajas y Antonio Nevárez Abril, desde sus lugares mero abajito del escenario, se pusieron de acuerdo para lanzarles puñados de monedas a los pies de tan gallardos y monos trovadores, lo cual deslució la terminación de su tan ensayada y ansiada función.

            Los demás festejamos la sádica ocurrencia con una mezcla de risas y  un mental: ¡qué gaaachos!

EL HOMENAJE PÓSTUMO AL MAYOR  SÁNCHEZ PÉREZ

            En ocasión del homenaje que la Universidad de Sonora le brindó, en Octubre de 1992, además de que, junto con un puñado de veteranos (previas semanas de ensayo) ejecutamos  la Marcha Madelón en su partitura originalmente manuscrita y los Himnos Universitario y Nacional dirigidos por el trombonista, exalumno y actual Director, Horacio Lagarda, leí unas palabras, que he meditado, sintetizan la esencia de esta gratitud y  las transcribo en seguida:

                     I s a u r o  S á n c h e z   P é r e z , e l  M a y o r

           “Si alguna etapa de la historia de la Universidad de Sonora – que aún está por escribirse – fué pródiga en sencillos y nobles profesores y maestros, caracterizados más por su tesón, desinterés, modestia y cariño por su profesión, que por sus grados académicos, es la de sus primeras décadas, la que transcurrió de 1942 a finales de los años sesenta.

        Si alguna virtud es capaz de trascender a la muerte de uno de esos viejos maestros, es la de producir, en sus discípulos, el significante gesto de recordar su memoria.

         Y si la referencia a algún maestro, entre la pléyade de ellos provenientes del sur del país, cuyos nombres – y sobrenombres – seguramente se agolpan en la memoria de los alumnos de aquella Universidad incipiente, romántica e irrepetible, nos obliga a evocarla con infinito respeto, gratitud y admiración, es la del pundonoroso militar originario de Oaxaca, Mayor Isauro Sanchez Pérez.

         La disciplina que enseñó en la Escuela Secundaria – Música -, no era de las que pueda decirse que formaron, en lo estrictamente intelectual o técnico, a tantos ahora egresados que, de una forma u otra, debemos estar contribuyendo a la grandeza de la sociedad en que nos desenvolvemos.  Sin embargo, para los que tuvimos el privilegio de ser sus voluntarios discípulos – después de la clase obligatoria – en la Banda de Música, la imborrable huella de su memoria conjuga, ahora, una rica mezcla de vivencias humanas, aprendizaje y recuerdos que van, desde su franciscana paciencia para enseñar los rudimientos de los más variados instrumentos musicales, a todos y cada uno de los que apenas nos iniciábamos, hasta lograr nuestra inclusión en la ‘Banda Grande’, pasando por la escrituración personal que hacía de casi todas las partituras del repertorio; sus diarios consejos morales contra los vicios degradantes – fué de los que predicaron con el ejemplo -; su singular cariño en todas las tareas; su disciplina y exigencia en la ejecución de las audiciones; y el contagiante gesto de júbilo y humilde euforia después del aplauso del público, manifestado en una fácil sonrisa y el puño en lo semialto.

            El Teatro De Zubeldía, es ahora mudo testigo de innumerables intervenciones en ceremonias de coronación y de fin de cursos, así como los más distintos auditorios en todo el Estado.  La invitación para nuestra participación era obligada en festejos tradicionales como el 6 de abril en Caborca, el 1 de Junio en Guaymas, el día del ferrocarrilero en Empalme, las fiestas del cobre en Cananea, entre muchas otras giras de promoción y difusión cultural interdisciplinarias.

             El repertorio era rico y variado, pues incluía desde oberturas, valses, marchas, fragmentos de operas, operetas, zarzuelas, intermezos, música clásica, semiclásica, ligera y popular, incluyendo sus propias composiciones y arreglos de música popular mexicana, hasta los obligados Himnos Nacional y Universitario, este último con música de Ernesto Salazar Girón y letra de Adalberto Sotelo, de fecha 18 de diciembre de 1942, con una ejecución difícilmente superable, en su género.

        Infortunadamente, por la imprevisión de las administraciones universitarias de esos años, no se hicieron filmaciones ni – cuando menos – grabaciones profesionales en estudio, o en vivo, de las cientos de ejecuciones que se lograron obtener tras larguísimas sesiones de ensayo.  Algunas de las ejecuciones, no obstante su alto grado de dificultad (con partitura para Banda Sinfónica), alcanzaron un rango de excelencia. Muchas de ellas ya jamás se han vuelto a ejecutar en – me atrevo a decir – el noroeste del País, ni se escuchan en la riquísima discoteca de Radio Universidad, en los cada vez menos programa de música sinfónica con que deleita a su selecta audiencia. Me refiero, por ejemplo, a melodías como las siguientes:  Oberturas Raymond, de A. Thomas;  La torre del oro, de Jiménez; La primavera, de Joaquín Beristain; Martha y Stradella, de Von Flotow; La princesa de la India, de K. L. King; William Tell, El Barbero de Sevilla, Semíramis, La Gazza Ladra y Una italiana en Argel,  de Rossini; El   Rey de los Diamantes, de L. King;Orfeo en los Infiernos y Los cuentos de Hoffman, de Offenbach; Poeta y campesino, Caballería ligera y  Fra Diábolo, de Franz Von Suppé; Tanhauser, de Wagner; Arias La Arlesiana, La Habanera y El Toreador, de la Opera Carmen, de George BizetSansón y Dalila, de Camilo Saint Saens; Gitanilla, de Lacome; Molinos de viento, de P. Luna; Marcha triunfal de Aída, de Verdi, invariable en las coronaciones de Reyna universitaria; Marchas militares como Abelardo L. Rodríguez, Zacatecas, Viejos camaradas, Madelón, El Conquistador, Fuentes Dávila, LorraineAnchors AweighThe stars and tripes forever, Under the double eagle, El capitánWashington Post; la Brillante Trombonium de J. Wintroph, en la que los cuatro trombones de vara la ejecutaban imponentemente al frente de la Banda, como solistas; el tango Celos, Siboney, Beguine The Beguine, La Leyenda del Beso, La Viuda Alegre, Pasos dobles España cañí y 11-81, La Virgen de la Macarena (reto y orgullo para cualquier trompetista); La verbena de la paloma, de Tomás Bretón; arreglos de música popular mexicana como ‘ Dos canciones mexicanas’, de Rubén D. Fuentes y ‘Rapsodias mexicanas’ Números 1 y 2; o arreglos propios del Mayor, ‘Fantasías  Mexicanas’ Nos. 1 y 2, con trozos de Juan Colorado, Lindo Michoacán, La sandunga, Canción mixteca, Dos arbolitos, Juan Colorado, Serían las dos, Cuatro milpas, El quelite, La verdolaga y Adiós mariquita linda.  Existen, sí, tres – cuando menos las que yo poseo como invaluable e íntimo tesoro – grabaciones hechas, con pocos recursos técnicos, no recuerdo si en los estudios de Radio Universidad o en el atrio de la Escuela de Altos Estudios (antes Secundaria, una de las sedes en nuestra diáspora constante): el Ballet Silvia, de Leo Delibes, y de los Himnos Universitario y Nacional.

         Sus alumnos nos contamos por cientos.  Dejando volar mi memoria, recuerdo por ejemplo: a los clarinetistas Dr. Moisés Canale Rodríguez, Arq. Daniel y Dr. Alejandro Galindo Barajas, Dra. Silvia Saldate, Consuelo Molina García, Dr. Abel Gaspar Negrete, Dr. Felipe Ceceña Seldner, Dr. Carlos Yeomans Reyna, Lic. Josefina Rodríguez Espinoza, Profr. Carlos Melo, Celerino Curiel Jacobo, Lic. Aída Curiel Jacobo, Isaura Donahí Sánchez (hija del Mayor), Ignacio Galindo Barajas, Arq. Remigio Agraz, C.P. Humberto Limón Gutiérrez, Moisés Reyes de Alba, Ing. Rafael Núñez, Carlos Valencia Franco (+); los saxofonistas Andrés Esquer, CP José Ludolfo Gallegos, Ing. Nicolás Huitrón Contreras, Dr. Jorge Figueroa González, Gastón Méndez León, C.P. María Teresa Saldate, T.S. María Lourdes Molina García, Ing. Mario Rodríguez Espinoza, Irma Curiel Jacobo, Alma Velia Medina (+), Roxana Yeomans, Lic. Gerardo Nava, C.P. Ramón Amado Corona Acosta, Luis Arturo Castellanos Villegas; los trombonistas Roberto Gómez Torres, C.P. Antonio Varela Corbalá, Lic. Tránsito Alegría Salcido, Arq. Juan de Dios Alegría Mayboca, Luis Rodríguez Espinoza (+), Ings. Carlos y Silverio Cabrera Fregoso, Mat. Jorge Ontiveros Almada (+), Quím. Aníbal Meneses Ríos, Profr. Horacio Lagarda (actual Director de la Banda); trompetistas Arnulfo Monteros Quintay, Antonio Haro Alegría, Jorge Alvarez Alvarez, Dr. Manuel de Jesús Vega Pompa, Leonelo Melo, Profr. Arturo Curiel Jacobo, Rodolfo Medina Rivera, Ing. José Luis Yeomans, Ing. Jaime Díaz Santana, Profr. Francisco Corona Acosta, Profr. Edgardo Peñuñuri, Quím. Manuel de Jesús García Nogales, Ing. Roberto Garza Barraza (+); flautista Quím. Aidé Yeomans Reyna; tubas Quím. Andrés Reyna (+), C.P. Antonio Nevárez Abril, Lic. Arturo Valenzuela Calderón, C.P. Rafael García Maheda (+), Profr. Francisco Javier Valencia Franco y Roberto Curiel Jacobo; batería, Lic. Alfonso Alvarez Córdova, Arturo Barragán, Dr. Mario Atondo Santacruz; Lic. Antonio Sánchez Rodarte (+), Lic. Alberto Vidales Vidal, Lic. José Luis Hernández Ibarra, Dr. Gustavo Peña Porchas, Ing. Francisco Martínez de la Torre, Lic. Francisco Arvayo García, C.P. Roberto Medrano Campillo, …entre muchos otros.

        Las ténues lágrimas que derramaba siempre que concluían las notas del Himno Nacional (cuya ejecución, por cierto, era nuestro examen final para integrar la Banda grande), así fuera en los ensayos de rutina, eran un mensaje ético cargado de pedagogía, y el sudor del corazón de un ejemplar militar y patriota.

             Se retiró por su avanzada edad, en 1970 y vivió sus últimos años en su humildísima vivienda por la calle Reforma, con una modesta pensión, rodeada de su esposa e hija.

             El domingo 16 de junio de 1974 – día del Padre -, a las cuatro de la mañana, cuando estaban por darle las mañanitas como lo hacían cada año, un grupo de sus más leales y fieles discípulos – los hermanos Curiel -, expiró en su lecho de enfermo.  No se le concedió el deseo, tantas veces externado, de ‘morir en su mesa de trabajo’.

             Pocos maestros han merecido tanto las notas de los Himnos Universitario y Nacional que ejecutó la Banda de música de la Universidad, su Banda de Música, en las escalinatas de la Rectoría; y el adiós musical del Coro dirigido por su compañera de misión – y ahora de destino – Emiliana de Zubeldía, alrededor de su tumba – hoy ignorada – en el panteón Yáñez, el día de su sepelio.

            Jóvenes integrantes de la Banda de Música:  son ustedes depositarios de los frutos del esfuerzo de un Maestro de los que pocas veces tiene uno la oportunidad de conocer. Sigan perteneciendo – y eriquézcanla todos los días -, a esta Banda de Música de un origen tan limpio.

             Compañeros excondiscípulos del Mayor:  espero haber interpretado en parte, cuando menos, los pensamientos, sentimientos y recuerdos que seguramente buyen en su mente y corazón en estos momentos.  Pero la deuda moral, quizo impagable, para con el Mayor, no termina aquí, en esta noche. Quedamos todos emplazados para constituirnos en un Comité que rescate y publique su biografía y producción; y se le erija, en un lugar especial de los recintos de la Universidad, un busto digno de su huella.

             Mayor Isauro Sánchez Pérez:  en el lugar del firmamento eterno donde usted se encuentre, le decimos:  sus lecciones y enseñanzas no deberán ser en vano.

              ¡Hasta siempre, Mayor!”

Héctor: La lectura de tu artículo sobre el Mayor Isauro Sánchez Pérez me transportó a los hermosos años de secundariano en los cuales al igual que muchos inolvidables compañeros formamos parte de la primera generación de “banderos” formados por el Mayor Isauro Sánchez Pérez.  Qué hermosos e inolvidables días aquellos. En el antiguo edificio de la secundaria en que  hicimos nuestros pipinos en la música llevados de la mano y sapiencia del oaxaqueño. Nos enseñó a leer, llevar los compases y tocar esos maravillosos instrumentos, que en aquellos años nos parecían los más  maravillosos. Las escoletas vespertinas sentados ante nuestros atriles de gruesos maderos pintados de rojo donde poníamos, como todos unos profesionales, las partituras que nos escribía el Mayor para cada uno de los instrumentos. El Himno Nacional, el Himno Universitario, el vals Recuerdo y la Traviata, fueron las primeras melodías que empezamos a tocar. Tú artículo también trajo a mi memoria algunos nombres de quienes formamos orgullosos la banda de música de la Universidad de Sonora, como el Beto Limón, Carlos Cázares, “Cochón ” Bustamante, Ramiro García, Remigio “Micho” Agraz, Emilio “Pio” del Razo, entre otros. Los lunes cívicos se realizaban en las escalinatas del edificio principal ante nuestra enseña patria que ondeaba majestuosa  en el astabandera. La banda abría el acto con el Himno Nacional que era cantado por  todo el alumnado y , por supuesto, el universitario. Eramos la admiración de todo el estudiantado, principalmente del femenino. Tu servidor, el “Chato” como me llamaba el Mayor, tocaba el bugle.

Maestro: te doy las gracias por haberme transportado a los románticos  años cincuenta en que formé parte de esa primera generación de la banda de música de nuestra querida Universidad de Sonora, bajo la bautua de nuestro inolvidable Mayor Isauro Sánchez Pérez.

Como “bandero”, después de tantos largos años han quedado fuera de mi memoria  los nombres  de todos los que formábamos la Banda de música. Hoy te agrego los de un Guillermo Ocaña, Gustavo Loustaunau, un joven de apellido Alegría, otro de apellido Esquer y uno de la dinastía Katase. Por cierto, se me olvidó consignar que en una presentación en el teatro Emiliana de Zubeldía y ante la presencia del presidente Miguel Alemán, debutamos con atriles profesionales, fue la locura. Tu columna la leí en el portal de Kiosco Mayor de nuestro mutuo amigo y colega Francisco Rodríguez Rodríguez.

Espero maestro continuar fortaleciendo esta comunicación iniciada gracias al recuerdo de nuestro inolvidable Mayor Isauro Sánchez Pérez.

Va un abrazo. Vale.

Jesús García de la Cruz

Comentarios: Hola, leí su artículo esta semana acerca del Mayor Isauro Sanchez y lo consideré muy relevante por la figura tan especial que con breves palabras nos retrata al Mayor. Yo también participé algunos años en la Banda de Música de la Universidad, desde el 93 hasta el 2004. Toco el trombón y soy egresado de la carrera de Ing. Industrial por el ITH. Actualmente estoy retomando mis clases de música y solo le escribo para felicitarlo por su labor de difundir la obra del Mayor Isauro Sanchez.

Ing. José López.

Estimado Lic. H. Rodriguez. Un saludo afectuoso y felicitaciones por su página y los comentarios sobre el Mayor Isauro Sanchez Perez y estoy en la mejor disposición de apoyar cualquier actividad con las autoridades universitarias para saldar la deuda con nuestro Mayor.

Alvaro Martínez Durán

Jefe del Departamento de Contabilidad, Unison.

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